martes, 25 de enero de 2011

And now I lay down





Sé que estas cosas que vienen nombrándote, llegan impetuosamente y sin aviso. Que no se puede inmutar a la ciudad con tu llanto sublime muy de niña rechazada. O con mis gritos silenciosos del medio día. Eran comunes en el duelo hace años. Nunca lo escribía del todo, nunca tan claramente, pero sucedía después del té. Me dirigía a mi habitación. La música me formaba mares debajo de los dedos.  Alguna vez invocamos esa imagen mía frente a la ventana. Y el viento entonces. Tan salvaje. Nos desparpajaba los ojos, y toda la piel alrededor de ellos. Mis viejos vestidos de blanca tela muy vieja y delgada. La foto tuya, impresa en tonos débiles. Esos infalibles recuerdos entre mis manos. A veces arrugando el escote, a veces borrando tu fotografía con arañazos. Pero casi siempre dejándola dormir bajo lápiz labial. Y mis pies descalzos por toda la casa, huyendo. Y mis oídos adormecidos de escuchar tu nombre en los hilos de luz cubriendo el pasillo. Y lo sé. Ya, no es que hable de ti. No es que me sucedas.  Yo ya no sé a quién le hablo. Lo que te cuento es esto. Las visiones ruidosas una mañana ordinaria, cuando enero no es enero o lo es demás a mi sombra. Estoy otra vez cayendo en la oscuridad que me adorabas. Pero ya no puedo sólo llamarte con el ritmo del día, a las diez o a las cinco. Tampoco refugiarme en tus maneras violentas que daban sentido a todas estas cicatrices. No puedo fumarme un cigarrillo antes de dormir. Ya ni siquiera desnudarme ante los hombres. Este cuerpo ya no me pertenece. Le temo lo mismo a la poesía que a la inmortalidad del alma. A la soledad nunca, but still.  Al contrario, abro mis oídos para hacerte entrar por donde siempre hacías. El sonido como un mareo glorioso, seguido de mis lágrimas. Abrazarme. Rezar. Y caer diminutamente. Casi en la derrota recetada por ti. 

Ya no es común verme rendida.  Aun así, clamo entre la náusea por un gesto conocido. Que estoy en este sitio y no entiendo nada. Decir: and now I lay down. A sufrirte un poco. Vivirle menos. Regresar donde tus ecos estrepitosos no me dejaban tan sola. Y al menos, frente a esa ventana, como soñando más limpias, y 

ma
jes
tuo
sas 


tormentas