Esto debió ser escrito en octubre. Pero octubre es un mes muerto donde yo tampoco viví. Ni entre tus piernas, ni las de nadie, y eso fue muy aburrido. También debió ser escrito en octubre porque apenas el frío me laceraba la cara y comenzaba a llorar en los autobuses, y cuando el sol, y cuando la música. También comencé a verme en el espejo un poco más vieja a los veintitrés, y a no verme tan detenidamente. Comencé con los prendedores en el cabello, las flores azules y demás niñerías. Abandoné la moleskine, ya ves, pero no, no voy a hacerte daño. No quiero hacerte daño. Ya no sé cómo hacerlo. Ya sólo sé torturarme a mí y a distraerme de ti para poder deslizarme en medio de los días. Los hombros me duelen, soy desconocida de mi misma, no sé qué decadente música escuchar para revolcarme más cruelmente en las aceras. Esto yo no te lo digo. Hay un pequeño monstruo, a lo mejor como el tuyo. Pero yo no sé si tu monstruo me habla. El mío está allí, ahora un poco más despierto. Lo mantuvimos dormido durante el verano. Tú me decías “falda” y lo devorábamos con todo y humedades. Existía pero sin existir. Ahora, que es otoño, no exactamente nuestro otoño, pero en la frialdad de la vida –esa de la que te quejas- el viento a la salida del trabajo hace que me rasque el brazo y vea a mi lado, vea a todos lados, y como no estás me muerdo la boca. Observo todas las luces, los anuncios, los puestos de perritos calientes. Otras gentes que al igual que yo, vuelven a casa oliendo a químicos. Asqueados de los químicos. Y cierran los ojos como dentro del mareo de extrañar a quien se ama. Y un asco invade al punto del vómito cuando los vuelven a abrir. Así, mi vida, abrir los ojos. Cómo describírtelo. Es el clímax de una melodía muy dolorosa que hemos aprendido muy bien para determinadas situaciones. Solamente que el estribillo cambia constantemente. Que es dulce cuando te enamoras de mí una y otra vez. Me enamoro de ti otra vez frente a una playa. Me evocas con una película irlandesa. Nos escribimos en la madrugada por la fiebre de ser. O cuando soy gris e indomable, y tú eres dulce e indomable. Y que es turbia como decir que hoy lloraré por ti, por ambas, sin que te enteres demasiado. Seguiré escribiendo como hablando del amor.
Para qué quiero hablar más de mí. Habla tú de mí.
Yo ya no sé nada.
[Ao: disculpa no pedir permiso para la foto, no sé, es otro método de tortura]