domingo, 22 de febrero de 2015

El ardor (borrador)

Entra, al fondo habrá una habitación, en ella una pared roja. La reconocerás por esa palpable primavera, difícil de entender, pero que existe.

Debí saberlo, ibas a dejarme apenas llegaras. Apenas tu rostro volteando al momento de abrazarte. Con una bienvenida rota de ligeros pasos, escapando. Lo que no sabes es que no se trata de ti. A veces de mí tampoco. Es como un día de playa del cual te convences será lo mejor de la semana, y luego llueve de regreso a casa, y te crece una tristeza pequeña por el rostro y las manos. Logra partirte el cuerpo a las ocho menos cuarto,  y ya el sol, la arena, el brillo de las olas ha quedado olvidado para siempre.  Hay estas diminutas dolencias innombrables. 

Debí saberlo de veras, mi planta empezó a morir el día que apareciste. Mendigabas cenar conmigo en cualquier lugar a la hora que fuese.  Era raro ver como caían sus hojas en un pálido otoño interior. Antes de ti, la gente que venía a casa, siempre me felicitaba por ella. He logrado mantenerla con vida por más de dos meses. En un principio, a las personas que viven solas se les recomienda comprar una planta, después, si esta sobrevive por tiempo prolongado, está preparado para tener un gato.  Y ocurriste tú. Tormenta o sequía, todo optó por marchitarse como en oleajes, vendavales áridos que me dejaban otra vez con la boca destrozada, la habitación sucia, y la planta que con ahínco cuidé desde diciembre, agonizando.

Yo lo sabía, de cierto modo, no tenías que advertirlo. No lo hiciste, claro. Estaba dispuesta al dolor que vaticina tu andar de hombre concreto. O de hombre-animal.  Que es un poco lo mismo en especímenes como tú. Debería agradecerte en silencio para que no lo sepas. Me despertaste unas ganas locas de poseer todo nuevamente. Me hiciste querer volver a empezar en un mundo,donde no existas. Tenías una fragilidad paulatina a mi soberbia. Resistencia a mis ganas. Indiferencia a los hechos pactados. No pude dormir con el ruido estridente de tus palabras. Estar y no estar en el mismo espacio no cambiaba nada. Asumo que eres invisible porque no dejaste rastros sobre mi cama, ni un olor o caricia muerta. No se trata de ti. No quería dormir sola.  No quería dormir conmigo.  

Amaneció alrededor de las seis con veinte, hay una tarde blanca y limpia afuera, como en las costas donde vive mi madre. Me sucede un temblor en la punta de los dedos para llamarla, pero temo del mismo modo ponerme a llorar mientras me escucha. Sabrás, solamente me dejaste un ardor dentro y fuera del cuerpo.  Superficial. Crudo. Mudo. Eres un ardor, y no hay más que eso.

El sol es grande como el sur de mi abuela. Y las cortinas se inflan de aire en las habitaciones. La gente les mira imaginando un pulmón, una sonrisa o un vuelo abierto.