domingo, 15 de marzo de 2015

El ardor II


El ardor fue desapareciendo mediante los días. Eras necesario. Una piedra que se te mete en el zapato para re direccionar el camino. Me satisface la idea de encontrarte cualquier día, en otro tiempo, en otro lugar. Por la calle, en el subterráneo, en un restaurante con gente subversiva. Mientras me río a carcajadas, con lo que odias el ruido de mi voz. Pobre muchacho. Te acostumbraste tanto al silencio de tu infamia. Debí quererte aunque fuese un poco. Mira que lo intenté. Mirarte mientras me tocabas. Cerrar los ojos como si me gustara. Te lo expliqué mientras me desvestía: el hecho de no volverte a ver no significa que esto, ahora, no me importe. Ignoro si de verdad escuchabas. Humanamente fui más honesta que tu soberbia. Desear una buena vida, se hace con cualquiera cuando te despides. Debe uno agradecer las horas regaladas, que no son baratas, tú deberías saberlo. Pasamos imaginando esos encuentros como si fuesen dulces que compramos calle abajo o en la esquina. La verdad es que no, mi querido niño malcriado, esto nos pasa pocas veces en la vida. Me consuela levemente tu visión sobre ella. Nada te faltará. Aunque mintieras visualizando la próxima vez de encontrarnos. A pesar de decirlo. Lo supe después de sentir tus ojos sobre mí, cuando yo miraba las luces. No nos veremos nunca más. Tan lejana otra vez. Al saber que tal cosa no pasaría, quise llorar. Oprimí mucho los ojos a manera de forzar y apresurar ese proceso. Quise llorar esa misma noche. Con mis uñas rojas rasgué mis mejillas queriendo que volvieras a entrar por la puerta. Callarme. Hacer mejor las cosas. Con mi silencio o con la boca abierta. Lo que te gustara más en tu exigencia. Y no. No pude llorar por semejante quimera. Luego recorrí la habitación y la cocina aún con zapatillas. Compré más alcohol. Bebí hasta caerme después de pronunciarte a m o r  y morirme. Lo preguntaste así. Todavía lo recuerdo. 

¿Moriste?


Y la noche transcurrió como un tren que atravesó Siberia con todas las luces apagadas.