Las calles comienzan a vaciarse.
Ocurre cierto ritmo inaccesible a los pasos. Algo parecido a la niebla del dos mil uno, no sé, no logro entenderme, ni recomponerme aun veinticuatro horas después de los temblores del sábado-domingo. Son pequeñas frases. Pequeños pensamientos, qué hay que decir, como hay que hacer y como todo, deben olvidarse después de escribirlos. Hace frío, y bebo, y como, y me embriago posteriormente en casas nunca antes vistas y no comprendo del todo esta manía temprana de pedirle al chico delgado que acomode mi bufanda. No sé como recitarle a “C” muchas disculpas a las cuatro, y a la vez nada, qué no me disculpo. Porque es verdad, todo lo que digo siempre es tan cierto y cómo discutir conmigo misma. Pretendo explicar las banquetas como una manera de concebir los pies siempre cansados. Y es curioso, no es tan tarde, pero toma un momento contemplar la vastedad de ecos en los rincones. Tú sabes, el día atareado. Cuidar cachorros de tres meses, besarlos, dormir la mitad del día. No es mucho trabajo, pero, los otros. Los otros que se observan entre ellos con su complicidad de adultez elegida. Y yo digo, La náusea.
-Y tengo pendiente pedirte matrimonio- Pequeños pensamientos: A veces caes directo en el ridículo. Hay lugares ásperos, claro, pero tú, tú lo sabes y notas de lejos –entre la vacuidad de la acera- tu aspecto de suéter andante no deja de ser un vago típico y desvalido. Pero el diario verde está listo, y nadie escribe en él, y a nadie le importa el buzón de abajo. Mi barrio se deshabita de a poco como transcurre diciembre. Como todo. Romeo y yo damos paseos de treinta minutos diariamente y detestamos el sol. Al llegar a casa, veremos televisión, el problema es si vemos aquella caricatura sobre la perra gorda, que además habla, o esa sobre la vida de Sylvia Plath, qué joder…comienzaba a las ocho y media y la he visto ya, dos veces.