Siempre quería hablarte de Bruckner. En el DW, descrito con un pésimo alemán (el de mi boca), lograba entender la fascinación heroica de ese director canoso llamado “ya no recuerdo”. Lo importante en realidad, era esa manera en que decidieron ilustrar una de sus sinfonías: Árboles. Muchos árboles. Ya sabes, uno toma su camino al campo, y de pronto te encuentras en un túnel de barrotes-madera. Y era pues, perfecto. La naturaleza iba a la par con los oboes. Era preciso entonces invocarte, como hablarte –otra vez- en cierto alemán torpe y a medias. Desvarío bosques, y carreteras rurales. La TV satelital. El sábado esclavizo los ojos después de las tres de la tarde. Así que fue ver DW, donde un director habla de Bruckner desde Frankfurt, y luego dice enseñar música a los niños a cambio de sonrisas, y a las tres veinticuatro, querer compartir ese diminuto acto contigo sólo por el hecho de que, tú, también lo sepas.
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