viernes, 10 de julio de 2015

Cuando te quiero



Te esbozo en la pared como lo hice, una tarde desesperada, a carbón y a colores diluidos con el agua de mi cuerpo.

Desearía tener los mismos instrumentos para pintar la casa, esa tarde. Recuerdas mi obsesión con tu boca.  Estoy por hablar de ti, y tú lo sabes tanto, que te sonrojas. En aquel tiempo, la dibujé en todos los cuadernos del colegio y ya sabían que me venías a media tarde. Lentamente las luces eclipsaban los salones. Caminábamos esas plazas para abandonar los dolores anochecidos en cualquier banquito. Si pudiesen preguntar, me dirían que era más feliz que ahora y menos triste entonces. Tu figura pierde nitidez con los años. Tal vez es la percepción de una madurez ingrata. Tal vez es la normalidad y fluidez; el orden de las cosas. Tal vez es una canción fortuitamente repetida para que no te olvide o este temblor, inundando mis manos. Es como un piano esperando el roce, cuando antes sostenía una nota interminable a mi señal. Poseíamos una orquesta incandescente como un foco que tardíamente nos dejaba ciegas. Te miré un día para decirte: eres hermosa. A veces imagino que existí en la vida específicamente para eso. Aún ahora, después de las muertes y las vidas, abrir puertas y ventanas, porque el sol, la luz, me recuerda inevitablemente a tu cara, y tus ojos en ella como alfileres clavados que sabían bien herir. Aún hoy, puedo tocarte, al permanecer en silencio. Frente a una mesa o un mirador solitario para sentir atravesar, bilateralmente, el horizonte a espasmos. Sigo teniendo estas costumbres. Sé, que las adoraste todas en un tiempo. Por ejemplo, detenerme, mis labios susurrando en medio de una calle. La urgencia anacrónica de sentir el mundo por debajo, arriba, alrededor y cruzando. Sé, que las amaste tanto como yo amé construirte, sufrirme, llenarme, vaciarme. Amamos suspender el tiempo para escucharlo venir. Anunciar partidas y llegadas en forma de luces. Besos y canciones. Escucharlo arribar al ritmo de tus pasos. Porque así, todo estaba en un sitio secretamente pactado para mi felicidad. Esa inconclusa manera mía de serlo  a través de los otros. A través de ti. Ser feliz a tu simetría. Cuando te ibas. Cuando volvías. Si no sabías qué hacer contigo. Si no entendías qué hacer conmigo. También si te quedabas para hacerme música o tragedia. Que no tuviese necesidad más imperiosa que buscarte. Y encontrarme tendida en el suelo, insaciable de ti.

Remato la silueta que comencé. Mi dedo índice la recorre completamente hasta donde termina. Me parece siempre estás de espaldas observando el mar. Sentada o de píe. Pienso que lloras perniciosamente al imaginar lo sola que me encuentro. Después escuchas una canción muy azul. Luego sonríes. Te miro voltear a verme. Sonríes mientras lloras. La mirada tuya desvanece en una ternura dolorosa. No sé si sientes lástima o un amor inconmensurable. Todas las veces me dices adiós a medias. Sigues observando el océano o un ave.



domingo, 5 de julio de 2015

Rostros provincianos


Pasadas las ocho de la noche de un domingo de junio, vienen a mi mente las líneas de su pequeño rostro provinciano. Jesús me dijo “eres rara” sin conocerme, sin pensarlo, el muy imbécil. Habría que analizar porque lo diría, me vio en tres ocasiones, y lo dijo a la segunda, sentado a mi lado, hablando de gajes de oficina. Comía una gigantesca torta de tamal. Sólo tengo el dato que probablemente las venden en algún sitio de Tláhuac.

Jesús es muy alto. Tiene cara gélida. No sé cómo describirlo, tener caras tibias, frías, calientes o dulces. Tiene cara de norteño. O cara de paleta de coco supuesta a derretirse si te acercas lo suficiente.  Acto seguido: lamer. Me esperó para comer esa tarde. Dos días antes, se había despedido de la manera ideal; tal como una persona debe despedirse:

-Bueno, Adiós. Hasta nunca, Ofelia. – estirando su mano.
-¿Hasta nunca? Yisus, no hay qué ser tan radicales...
- El reclutamiento masivo termina esta semana y yo me vuelvo a Las águilas, ¿cuándo supones que nos veremos?
- Cierto, hasta nunca.
- ¿Ves?

A mí tal cosa me causó especial gracia, y no importó hacerme dos horas en un túnel para llegar a Polanco, de ahí una hora más a casa. La sonrisa me duró todo el viaje. El día que comimos juntos pregunté - ¿Cocinaste? -

Asintió.

-  -     Entonces qué va a ser
-    -  De qué me hablas – respondí -
-    -  Sí, de verdad ¿somos tan efímeros en esta empresa?
-    -  Ah. Eso. No lo sé, pensé que sería hasta nunca, sólo es casualidad. Pero a qué te refieres…
-      Creo que deberíamos encargarnos de no lograr un “nunca”, debemos de hacer algo. Me refiero a qué va a pasar entre tú y yo.
-    -  ¿Tú y yo? Qué va a pasar, pues, yo puedo hablar por mí, eso está en mi total control, y viceversa …
-     - Y viceversa. . . 

Al decirme “y viceversa” de vuelta, Jesús se rió otra vez. Luego, una lo hace de la misma forma, al saber que has acertado en algo, aunque no sepas en qué exactamente.

-     - Ok dime, ¿te has enamorado? – me preguntó.

Tuve que hablarle de mis últimas dos relaciones. Que todavía les quiero mucho. A ninguna más que a la otra. Tengo de ellas lo mejor del mundo. Le Tuve que admitir lo tremendamente fácil que soy cuando dejo ir. Lo ideal. Le hablé de la perfección del amor.

-    -  Dos veces o tres. Mi siguiente relación será una cosa mitológica, imagino, porque, como sabes, la idea es  perfeccionarlo.

Notábamos que nos veían, mis ojos se expandían como agujeros negros. No sé qué tenía Jesús. Venía del norte, trabaja en Recursos Humanos y ansiaba mucho hacer estudios de pueblos latinoamericanos en la UNAM. Existía una tácita coquetería al mover su boca color frambuesa. Me ofreció de comer varias veces, yo no podía porque disfrutaba verle masticar, formar las palabras bajo su sonrisa, conocer lentamente a la persona pensante frente a mí. Fue perdiendo concentración, no obstante, mientras terminaba de comer. Debimos decir no más de una cosa importante que ya no recuerdo realmente. Su compañero de sucursal llegó para comer también y ambos dijeron lo genial que era estar allí, llevarnos bien. Me echarían de menos, esperaban verme alguna vez, salir. Sin quedar en algo.

Es muy probable que yo no vuelva a ver a Jesús. Tal como lo predijo.

Nos despedimos cerca de las cinco de la tarde de un viernes, le dije que me regalara su firma en un papelillo, me respondió que no podía, porque sólo firmaba con la boca y había mucha gente. La encargada del proyecto, quien también estaba allí, me volteo a ver y yo hice seguir contando el número de volantes que dejaba.


Al irme me dijo firmemente; mucho gusto en conocerte, mujer. Me soltó la mano tres minutos después. Ciento veinte segundos. Caminé las escaleras de siempre al salir, muy segura de mí misma. Y pensaba el otro día, en la cafetería del trabajo que debí decirle otra cosa que “y viceversa”.

viernes, 3 de julio de 2015

Dibújame un cordero. Este ya está muy enfermo.

 "Pero... qué haces acá ?

- Por favor... dibújame un cordero...

- No importa. Dibújame un cordero.

- No! No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa, y un elefante es muy voluminoso. En casa es todo pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.


- No! Este ya está muy enfermo. Hazme otro."






Se solicita alguien que me dibuje un cordero.

Waltz.