Pasadas
las ocho de la noche de un domingo de junio, vienen a mi mente las líneas
de su pequeño rostro provinciano. Jesús me dijo “eres rara” sin conocerme, sin
pensarlo, el muy imbécil. Habría que analizar porque lo diría, me vio en tres
ocasiones, y lo dijo a la segunda, sentado a mi lado, hablando de gajes de
oficina. Comía una gigantesca torta de tamal. Sólo tengo el dato que
probablemente las venden en algún sitio de Tláhuac.
Jesús es muy alto. Tiene cara
gélida. No sé cómo describirlo, tener caras tibias, frías, calientes o dulces.
Tiene cara de norteño. O cara de paleta de coco supuesta a derretirse si te
acercas lo suficiente. Acto seguido: lamer.
Me esperó para comer esa tarde. Dos días antes, se había despedido de la manera
ideal; tal como una persona debe despedirse:
-Bueno, Adiós. Hasta nunca,
Ofelia. – estirando su mano.
-¿Hasta nunca? Yisus, no hay qué ser tan radicales...
- El reclutamiento masivo
termina esta semana y yo me vuelvo a Las
águilas, ¿cuándo supones que nos veremos?
- Cierto, hasta nunca.
- ¿Ves?
A mí tal cosa me causó especial
gracia, y no importó hacerme dos horas en un túnel para llegar a Polanco, de
ahí una hora más a casa. La sonrisa me duró todo el viaje. El día que comimos
juntos pregunté - ¿Cocinaste? -
Asintió.
- -
Entonces qué va a ser
- - De qué me hablas – respondí -
- - Sí, de verdad ¿somos tan efímeros en esta empresa?
- - Ah. Eso. No lo sé, pensé que sería hasta nunca, sólo
es casualidad. Pero a qué te refieres…
-
Creo que
deberíamos encargarnos de no lograr un “nunca”, debemos de hacer algo. Me
refiero a qué va a pasar entre tú y yo.
- - ¿Tú y yo? Qué va a pasar, pues, yo puedo hablar
por mí, eso está en mi total control, y viceversa …
- - Y viceversa. . .
Al decirme “y viceversa” de
vuelta, Jesús se rió otra vez. Luego, una lo hace de la misma forma, al saber
que has acertado en algo, aunque no sepas en qué exactamente.
- - Ok dime, ¿te has enamorado? – me preguntó.
Tuve que hablarle de mis últimas
dos relaciones. Que todavía les quiero mucho. A ninguna más que a la otra.
Tengo de ellas lo mejor del mundo. Le Tuve que admitir lo tremendamente fácil
que soy cuando dejo ir. Lo ideal. Le hablé de la perfección del amor.
- - Dos veces o tres. Mi siguiente relación será una
cosa mitológica, imagino, porque, como sabes, la idea es perfeccionarlo.
Notábamos que nos veían, mis
ojos se expandían como agujeros negros. No sé qué tenía Jesús. Venía del norte,
trabaja en Recursos Humanos y ansiaba mucho hacer estudios de pueblos
latinoamericanos en la UNAM. Existía una tácita coquetería al mover su boca
color frambuesa. Me ofreció de comer varias veces, yo no podía porque
disfrutaba verle masticar, formar las palabras bajo su sonrisa, conocer
lentamente a la persona pensante frente a mí. Fue perdiendo concentración, no
obstante, mientras terminaba de comer. Debimos decir no más de una cosa
importante que ya no recuerdo realmente. Su compañero de sucursal llegó para
comer también y ambos dijeron lo genial que era estar allí, llevarnos bien. Me
echarían de menos, esperaban verme alguna vez, salir. Sin quedar en algo.
Es muy probable que yo no vuelva
a ver a Jesús. Tal como lo predijo.
Nos despedimos cerca de las
cinco de la tarde de un viernes, le dije que me regalara su firma en un
papelillo, me respondió que no podía, porque sólo firmaba con la boca y había
mucha gente. La encargada del proyecto, quien también estaba allí, me volteo a
ver y yo hice seguir contando el número de volantes que dejaba.
Al irme me dijo firmemente; mucho gusto en conocerte, mujer. Me
soltó la mano tres minutos después. Ciento veinte segundos. Caminé las
escaleras de siempre al salir, muy segura de mí misma. Y pensaba el otro día,
en la cafetería del trabajo que debí decirle otra cosa que “y viceversa”.
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