martes, 30 de diciembre de 2008

"mira, he levantado el vuelo" - G.G.

I
Abandonar una ciudad una y otra vez, es un ejercicio del ocio, del alcohol, de los viajes y la adictiva actividad que puede sernos el contemplar ventanas. Habría que decir, que también es un negocio del olvido. Del observar varada, y en movimiento, desde un puente en medio de la ciudad. No dices adiós, nada más das besos inconclusos como siempre. Entonces llegar cualquier día de la semana a una casa (cualquiera) y en la mesa un hombre te dice a los oídos: yo busco un poco de libertad. Y luego viene esta cuestión de ser. Y hundirse. Disolverse. Intentar un momento de lucidez y al mismo tiempo, la luz. Luz por todas partes. Hay letras que te hacen gestos desde la cocina. Amaneces en medio de niños y mujeres. Vas a festivales folklóricos donde danzan extranjeros envueltos en largas ropas. Te ataca un silencio casi inocente. Perpetuo en segundos. Como que en realidad no hay mucho. Como que hay nada. Llega un olvido impertinente… de verdad impertinente…a tocar tu puerta, la ventana… o una canción insulsa, a morderte la mano...
II
Ah…sí. Cuando sepas, cuando resuelvas ese asunto. Voy aguardar detrás de la puerta, justo a tres pasos. Para que abras. Para que dibujemos un espacio adyacente a la raya de separación de nuestra libertad. Yo: Mujer, infante, norte del país. Aun tenemos algo de cierto. Una migaja de fidelidad. La voz cruda y sombría de las horas que pasan en una pieza oscura…sí. Sí, querida. No vayamos a mentirnos cuando llegue el momento. Quedan uñas sobre la carne. Resta tiempo suficiente. Cuando sepas…cuando todo sea cierto. Cuando te decidas…a que no hay muchísimo opio que nos sede ya las venas. Que la amargura finge y palpita entre la boca. Que un NO, cruje entre los dientes mientras transcurren los días en una cama, o en el suelo, o sobre la piel del aire…o de píe en una esquina solitaria. Todavía tenemos algo de cierto. Algo de vida en este tóxico andar. Como un halo denso de furia, circundándote los labios y esperando a tres pasos de niña, la verdad. A que confieses...

A)

Vienes, hecha de aire y plomo
como todas las cosas estos días.
Como mis pies a la cama, y a la tierra
  al agua
  y a la sangre. Vienes
  ………desde el fondo del estudio,
por detrás de los sofás laminados,
entre las maletas de tanta gente, vienes, amor
  ……vienes, mientras me eres un esternón
y costillas que se olvidan a cada instante,
y las sabanas se nublan, las hojas se disparan,
son un cohete de hambre entre todas las piernas del lugar.

 Vienes, como un animal bruto, y rastrero,
que dice ese hombre: se aferra a la vida.
 Vienes, y dejo parir
  ----aferrada a tu brazo
  ……..mi último grito
  ----------------de libertad.


B)
Ahora te veo desde una orilla.
Como se ve lo nunca visto.
  ……………Como se toca lo etéreo,
donde las rodillas se subyugan,
y los cuerpos se penetran de tal forma
que no alcanzan los dientes
  ni la voz
  ni las sombras dentro
  ----de las habitaciones,
ni  la risa ha encontrado una cueva para brillar
hasta el fondo del túnel,
o para cortarse de un tajo al final de la garganta.

 Ahora te veo, diminuta,
  ------congelada y deforme,
donde se quiebran los huesos de los mas fuertes,
y el alud se hace inverso en el tuétano de los mas débiles.

Atisbo cansada el reloj y la frontera.
 Estás con tu humanidad apretándote el cuello,
estás, viviendo en medio de espirales de glóbulos rojos
sollozando la piel.

Ahora, al darme la vuelta,
  -------voy a guardar mis ojos
  --------------------en los bolsillos…

viernes, 12 de diciembre de 2008

Memento

Quiero el invierno de mil novecientos noventa y cinco. El payaso pequeño, su cabello azul y su overol. No quiero este cuerpo, ni esta altura. Ni estas manos dentro de los bolsillos rojos. Tampoco zapatos de pana color negro. Lejos, caminando taciturnos sobre las aceras. Quiero a Natalia García regalándome televisores en hojas de papel de treinta por treinta. Necesito confesiones escritas por mujeres más altas que yo. A Nataly G, explicándome, que después de probar mi ausencia, pensaría más de dos veces en dejarme, irse de vacaciones o simplemente, tener novio. Y a Sandy Madrid, cansada y aturdida…con una caja reciclada en mi cumpleaños número doce; “llego tarde…traje tu regalo”. Y que dentro del cartón hubiese una carta donde tiene escrito: no dejo de pensar en ti. Quiero eso, y de golpe, de vuelta toda mi inocencia. Vuelvo a mil novecientos noventa y cinco. Nadie vuelve de allí. Mi traje verde olivo y el raso. La niña de nueve años que susurraba: estar sobre ti es tan natural, querida. Yo no vuelvo de mil novecientos, no vuelvo. En el dos mil, tenía un traje muy ejecutivo color gris claro y me gustaba. Un tipo de cuarenta y tantos decía: qué bonita se ve usted. Me lo creía. Me daba miedo. Había esa niebla muy deforme ahogando las calles y de mi mano Nataly. La perfección posible, tan de antes. Había soledad de invierno como escribimos los melancólicos que no tenemos mucho que decir. Me importa un bledo no tener nada que decir si esa nada es mucha. Necesito no verme al espejo. No quiero mi cabello rizado, no lo quiero. No quiero este invierno muy deslucido. Deseo aquel barrio junto a la bahía y las islas en verano, el día de la marina cuando el mar se vestía de blanco y largos mástiles. Correr, correr por la estepa sobre los cerros del norte. Siendo así las cosas, es normal extrañar la simplicidad muy puberta. Me lo dice la torre de diarios que encontré hace una semana. Quiero al Dr. Seuss, quiero todo lo que no tengo. El invierno de mil novecientos noventa y cinco. De éste no quiero nada. Pues sólo hay olvido, y terror a las luces. Necesito cualquier cosa que me arrastre de este abismo mío, de costumbre, de odio, de amor, de gentes extrañas, porque a veces, sólo a veces…me viene el espanto antártico, y parece entonces calida la infancia. No recuerdo haberte olvidado. Quiero el invierno de mil novecientos noventa y cinco cuando no sé, que sin duda alguna: No. Qué no puedo encontrarte.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Farewell to the afternoon

Hay noches de sábado que deberían anularse del calendario. Porque piensas, recuerdas, lloras, sufres y haces escritos en algún borrador electrónico donde dices algo parecido a Creo que por fin comprendí. Aunque te digas: es tarde, me convenzo. Quizá debí hacerlo un veintiséis de julio del dos mil ocho. Era suficiente, las palabras fueron rotundas e insondables. Todo fue hecho a medida de que entendieras. Ahora, sabes que has comprendido porque lloras en el cuarto de tu madre. Lloras igual que te emocionas, y te cubres el rostro empapado. Y tu boca hace un gesto de resignación o talvez simplemente trémulo. De temblar. Lo sabes. Esa mujer blanca te abraza sin entender mucho. Los dedos se mueven como cuando tienes un teclado en frente, o una hoja de papel muy sensual. Creas ese ejercicio casi sexual como lo dice Carlos Fuentes. Y tú sonríes por que sabes que es así. Es verdad. Ella te llena el cuerpo: qué tienes, dime qué tienes…No vas a reaccionar en absoluto. No. No lo harás. Vas a quedarte ahíta de voces como de balas en tus sienes. Vas a solicitar un teléfono y nadie te lo dará. Vas a despertarte cada dos horas. Vas a sentarte a la orilla de la cama con una luz amarilla acariciándote la nariz, desde la esquina de tu propia calle. Es desolador. Y tiemblas. Te abrazas a ti mismo. Hay guitarras que sólo desfilan de noche, y en ese preciso momento te consuelas, te dices: este llanto es mío. Este deseo, esta angustia, esta anemia. Este dolor, es únicamente mío. Este amor.
Hay canciones muy tranquilas que te condenan. Porque cuando despiertes tendrás resaca de ti. Por todo el cuerpo. Sobre todas las ecuaciones inventadas. Las protuberancias llamadas pezones, los diminutos lunares. Odiaras tu vida como amas a tus padres. Y por la tarde del domingo, como todas las tardes de domingo, vas a querer morir.