Berenice; nunca te escribo cartas en esta costa. Desde aquí, te he contado, la vida se vislumbra como algo demasiado lejano a ti, y duele. Pues tú eres mi hermana, y representas duramente el mundo familiar al que ahora ya no voy. Eres la poesía y el arte plástico mezclado con ácido y pastillas azules estridentes. La costa aquí no es lo mismo que el mar eterno de los abuelos, y las lunas negras de julio que nunca volveremos a tener. Parecemos lejanas sobre las azoteas de la capital del país. Parecemos oscuras entre las cenizas no nuestras. Pero confío, como en nadie más confío, como sólo se puede decir: si con un cuchillo filoso y febril corto mi piel, tendré sangre. Tú serás la revolución turquesa de los días. Porque pienso en ti y todas las guitarras, y toda la tierra, y todos los ojos negros de Veracruz se me vienen de golpe. Y entonces estás en las trincheras, esperando agazapada, para salir radiante a la vida a luchar por nuevas causas. Te veré inmensa. Tomaré fotografías. Por las tardes tomaremos café. Pero ahora, en la orfandad de tabaco, Berenice, te escribo para dejar un nuevo relato de existencia. Bien sabes, necesito escribir para vivir. Y como también te vivo, vivimos siempre, me es necesario hablarte solitariamente y naturalmente, ahora. Según nosotros, los que creemos saber, enfrentamos el vivir diariamente entre cuestionamientos tontos. Es decir, vivo, tengo certezas, pero todo se resume en charlas inhumanas contigo o con alguien más, y prometo viajes en los próximos seis meses. No lo sé. Hay voces que nos abruman, hay palabras lejanas que dicen: after everything. Hay promesas, Berenice, después de tanta búsqueda. Y llegar a las conclusiones de las que ya te hablé, al menos me tranquilizan. Me hacen cerrar los ojos, aguardar para comer. Y al siguiente día, lo mismo. Aguardar para decirte: seremos. Veremos. Tendremos victoria al final de los tiempos. Intento ser lúcida. Quiero decir que pienso en el futuro como un vaso lleno de cerveza un día domingo. Donde por fin el cine, el bosque, y la música bohemia. Tenemos que apartarnos duramente del sueño. De la casa. De la infancia sublime. Para virar, para volver incansablemente a lo básico. Soy. Somos. Necesitamos el arte. No sé que tan bien me haya hecho entender, pero mi hermana, no te lo he dicho, Berenice, me llenas de luz azul. Por eso te hablo sobre costas y folklore apenas comprendiendo la grandeza de palabras que tengo para ti. Y nunca serán suficientes. Nunca hay suficiente tiempo prestado. Me detengo. Y me marcho.
No sin antes decirte: te elijo una vez más. Y mil veces más. Para siempre.
Jazmín