martes, 20 de abril de 2010

Carta a Berenice (I)

Berenice; nunca te escribo cartas en esta costa. Desde aquí, te he contado, la vida se vislumbra como algo demasiado lejano a ti, y duele. Pues tú eres mi hermana, y representas duramente el mundo familiar al que ahora ya no voy. Eres la poesía y el arte plástico mezclado con ácido y pastillas azules estridentes. La costa aquí no es lo mismo que el mar eterno de los abuelos, y las lunas negras de julio que nunca volveremos a tener. Parecemos lejanas sobre las azoteas de la capital del país. Parecemos oscuras entre las cenizas no nuestras. Pero confío, como en nadie más confío, como sólo se puede decir: si con un cuchillo filoso y febril corto mi piel, tendré sangre. Tú serás la revolución turquesa de los días. Porque pienso en ti y todas las guitarras, y toda la tierra, y todos los ojos negros de Veracruz se me vienen de golpe. Y entonces estás en las trincheras, esperando agazapada, para salir radiante a la vida a luchar por nuevas causas. Te veré inmensa. Tomaré fotografías. Por las tardes tomaremos café. Pero ahora, en la orfandad de tabaco, Berenice, te escribo para dejar un nuevo relato de existencia. Bien sabes, necesito escribir para vivir. Y como también te vivo, vivimos siempre, me es necesario hablarte solitariamente y naturalmente, ahora. Según nosotros, los que creemos saber, enfrentamos el vivir diariamente entre cuestionamientos tontos. Es decir, vivo, tengo certezas, pero todo se resume en charlas inhumanas contigo o con alguien más, y prometo viajes en los próximos seis meses. No lo sé. Hay voces que nos abruman, hay palabras lejanas que dicen: after everything. Hay promesas, Berenice, después de tanta búsqueda. Y llegar a las conclusiones de las que ya te hablé, al menos me tranquilizan. Me hacen cerrar los ojos, aguardar para comer. Y al siguiente día, lo mismo. Aguardar para decirte: seremos. Veremos. Tendremos victoria al final de los tiempos. Intento ser lúcida. Quiero decir que pienso en el futuro como un vaso lleno de cerveza un día domingo. Donde por fin el cine, el bosque, y la música bohemia. Tenemos que apartarnos duramente del sueño. De la casa. De la infancia sublime. Para virar, para volver incansablemente a lo básico. Soy. Somos. Necesitamos el arte. No sé que tan bien me haya hecho entender, pero mi hermana, no te lo he dicho, Berenice, me llenas de luz azul. Por eso te hablo sobre costas y folklore apenas comprendiendo la grandeza de palabras que tengo para ti. Y nunca serán suficientes. Nunca hay suficiente tiempo prestado. Me detengo. Y me marcho.

No sin antes decirte: te elijo una vez más. Y mil veces más. Para siempre.



Jazmín

martes, 6 de abril de 2010

Yo tendría uno y muchos mótivos más, para buscarte. Seguramente sería todo muy parecido a los escritos, o al sentimiento cargado en todo eso que lees, que me pertenece, y te hace tener cual sea tu idea -no dolorosa- de mí. Qué no me creerías. Pero eso, de igual manera, me sería grato, voluptuoso, coqueto y perfecto. Y me haría sonreír a las siete de la mañana. Mientras el sol. Mientras apenas la noche. Como ahora en las improvisaciones, como las cosas que no se hacen. A la gente a quien no se saluda. Yo nunca saludo al menos que tenga algo importante que cuestionar, y eso cabalmente, supongo, te molestaría. O no. Siendo sinceras eso no lo sabemos. Me gusta imaginarlo, al menos. Tengo poco tiempo, querida. Debo pensar en mudarme. Debo lo de las veinte cuartillas. Y al final del día no hago demasiado. Salir. Ir por papas a la francesa con mucha catsup. Comer en soledad arbitraria, mientras las visitas que te cuento. Igual ya tenemos el jueves, jueves, jueves. Voy a Chen's restaurant a la una, intento. Llamar desde ahi al número con el siete a la mitad. O en la mitad del siete. Entonces, bruscamente, sugerirte un lapsus linguae: has venido a comer. Eso quisiera. Porque hoy, mientras tanto hacia los planes, los del jueves, jueves, jueves, no resultaba la emoción. La misma. La misma que es cuando vas a comer a un restaurant extranjero, o cuando estaba en Le petit toul brisoit du Paris, o cuando suena el teléfono con N° Privado. Es eso. Querida, el tiempo siempre se va. Debo salir de esta cabina tonta y fría, dejarte con la duda. Y la emoción reciente y, las negaciones que sé me harás. Y la emoción en los mótivos, que no voy a enumerarte.

viernes, 2 de abril de 2010

Afirmación

Estoy escribiéndote, todavía. Como si no sucedieras tú muy al final del día. Tú sabes. Cuando los recuerdos, apenas eso son. Y todo es sólo una reminiscencia de sentir. Sin en realidad existir. Sin seguir siendo.


Me tendría que estar muriendo.
Tendría que morir una y otra vez, por siempre.

Eso te lo digo a solas. Dentro de todo. Y de mí. La tierra es tan azul que duelen los cobrizos y las apariciones, y la improvisación de parecer “escribiendo”. Lo que sucede al final, cuando comienza la noche, y pareciera que siempre estamos, y es noche. Oscurecemos. Por eso caminamos y nos sentimos más contentos en medio de la oscuridad. Esperamos la soledad. Qué todos se vayan de la casa hacia viejos pueblos mayas, y quedarte. Entre las sombras. Esperándo. O solamente a travesar el pasillo corto, en realidad, corto. Seguir observando la bicicleta del fondo. Interrogarte. Si lo piensas detenidamente no hay mucho. Solo deseos. Entrepiernas. Amenizar la mañana con pequeños parpadeos. Corazones inhumanos. Cantar una de The innocence mission. No sé porque peleo con los pies mios, y voy de arriba abajo contándole a las personas lo que se siente vivir enajenada de una misma y no parar nunca y gritar, dejarles claro, lo último que digo, la hora fría donde se retuercen y se aseveran dos cosas: me tendría que estar muriendo. Y ya no serías tú color carmín entre las horas. Y ya no vendrías sigilosa como la muerte que asfixia, como reconociendolo todo.