Veracruz, a partir del 3 de junio.
I
La casa tiene los colores propios del verano. La sequía, el silencio. El vaho oscuro del vacío. Asumía, claramente, esa perdida del tiempo. Mis cicatrices: piel y arena. Ahora tengo una perra flaca quien me busca mientras escribo. Un pequeño perico chiapaneco. Dos perros más. La mesa de patio llena de fruta fresca. Clair de lune a las dos de la tarde. Una incógnita que se resuelve con una simple borrachera: te duele. Sin embargo disfruto del silencio abyecto. La casa te recibe con ese espacio abierto al desorden. A esa amplia infinidad de palabras. A las pérdidas o los nuevos comienzos. Esos relatados en sueños de autobús. Los escurridos en arruguillas y ojeras de mujer de veinte.
II
Aguardo [siempre] por la fotografía de ellos. No es solamente verlos. No es, incluso, la fotografía; el aire, el agua, besos diminutos en compartimentos gigantes. Sé que están a seis metros. Que allí me esperan los ojos. Sus casi encorvadas espaldas. Ellos hablando con la mascota. Pretenden que de lejos no Dustin O’Halloran, mi pensamiento, escribirles. Pretenden que no estoy, y no me iré. Volveré para el otoño, les digo. El verano, sin ella, es muy cruel. Y es botellas de agua fría, árboles tupidos de notas nostálgicas, neo-clásico. Y etcéteras. Iremos guardando eternamente estas imágenes de ellos: El televisor. Casimiro siendo mimado como un infante. Las ciruelas verdes en el bol. Y la cámara inexistente a la presencia de mis ojos.
III [del Opus 23- Dustin O’Halloran]
Soy esa aparición claroscura muy al fondo de la gran estancia. Por la mañana fueron dos tazas de café. Un vestido de bolitas precioso. Isabel diciendo: eres la tristeza. Eres el sueño. A mi agrada todo eso, y por lo tanto, la beso. Voy lentamente al cuarto mío. En el, sólo una cama. Ella me recuerda: esta, tu recamara. Pero allí solamente maletas, mis desordenados libros; todo lo que se ocupa después de la ducha. Dos ventanas mal terminadas. Una cruz de palma en cada una. Cortinas improvisadas. Cuando yo era niña, solamente una ventana. Todo lo demás eran dibujos a crayolas y un ropero. Telas blanco con rojo; geishas y el jardín chino. Luz. No la de una lámpara. La luz. Algo como la luminosidad sútil de su cabello rubio: eterna. Algo como eso. Después fue caminar descalza a través de la casa, sobre suelo rustico. Cerrar los ojos. Abrir los brazos. Dustin O’Halloran y el Opus 23. Él, dentro del silencio. Escribir, entrever tulipanes rojos a lo lejos. Haciendo un conjunto de cambiantes mareas. Por eso abro los brazos, juego con el viento. E imagino muy bien, ese “aire de tu risa”, del que tú, cariño, me hablas tan exactamente...
NOTA-EN-TU-ALMOHADA
Yo voy a creer en este artefacto. Es de madera. Me recuerda su olor, a la albahaca. Tiene una cruz al final. Voy a creer en él porque tú me lo has dado. Porque dices tú que esto puede cuidarme, porque dices tú me lo das con mucho amor. Yo te lo he pedido. Me lo he puesto en el cuello. Queda bien con todas mis tonalidades verdes. Con mi pecho. Isabel, yo voy a creer en todo lo que creas tú. Si me lo das tú. Si me lo dices tú. Si en este rosario, permaneces conmigo, para siempre.
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