Existe la media luz en la banqueta.
Te digo que tengo los labios hinchados. Viene el llanto un poco cruel, simplemente con fotografías ajenas. Te digo que bebo, claro. Hay acentos. Algunos que ya no coloco porque así me lo has puntualizado. Es ver una fotografía de Madrid. Igual, escuchar voces gitanas y pensar en un beso con ojos lacrimosos. Te juro que hoy no me soporto a nadie. No te lo he contado detalladamente; la existencia de los otros es innecesaria. Trabajando por la tarde, cuando nadie más se queda, y ya no aguanto más las horas de pronto solamente el silencio. Ya no puedo permitirme sonreírle a nadie. Camino lentísimo. Volverme sombra de mi misma y seguirme los pasos pero con esa fluctuante oscuridad. No le oculto a nadie el temblor de mis manos. El malestar y el dolor de verlos una y otra vez y que sus rostros nunca podrían parecerse al tuyo. Sucede así. Luego llegarías con tu sonrisa y tu aviso. Has llegado a casa. Alguien también llega a la mía. Intentamos recomponer un poco las ganas. Con los labios hinchados y llenos, saboreo melodías tristes. Como de nuevo la botella a la boca.
Todavía no entiendo porque en las noches de sábado me sigo aferrando al dolor. Por si acaso contemplo sin parar todos esos signos. Pero ahora te veo desde el fondo de la habitación; pálida y frágil te veo abrirme los puños y colocar nuevamente los besos.