domingo, 12 de septiembre de 2010

[Sombras]

Foto


Existe la media luz en la banqueta.

Te digo que tengo los labios hinchados. Viene el llanto un poco cruel, simplemente con fotografías ajenas. Te digo que bebo, claro. Hay acentos. Algunos que ya no coloco porque así me lo has puntualizado. Es ver una fotografía de Madrid. Igual, escuchar voces gitanas y pensar en un beso con ojos lacrimosos. Te juro que hoy no me soporto a nadie. No te lo he contado detalladamente; la existencia de los otros es innecesaria. Trabajando por la tarde, cuando nadie más se queda, y ya no aguanto más las horas de pronto solamente el silencio. Ya no puedo permitirme sonreírle a nadie. Camino lentísimo. Volverme sombra de mi misma y seguirme los pasos pero con esa fluctuante oscuridad. No le oculto a nadie el temblor de mis manos. El malestar y el dolor de verlos una y otra vez y que sus rostros nunca podrían parecerse al tuyo. Sucede así. Luego llegarías con tu sonrisa y tu aviso. Has llegado a casa. Alguien también llega a la mía. Intentamos recomponer un poco las ganas. Con los labios hinchados y llenos, saboreo melodías tristes. Como de nuevo la botella a la boca.

Todavía no entiendo porque en las noches de sábado me sigo aferrando al dolor. Por si acaso contemplo sin parar todos esos signos. Pero ahora te veo desde el fondo de la habitación; pálida y frágil te veo abrirme los puños y colocar nuevamente los besos.

Recalling Grandma*

No estoy en blusón, ni es la mañana del seis de octubre de dos mil ocho. No llueve hace tres días. No te fuiste temprano a comprar víveres. No vas a llegar en un taxi rojo ni me dirás: te traje gelatina. No te llamaré esta mañana. No sé cuando lo haga. Me niego rotundamente a abrir mis cortinas y no encontrarte a ti, en cada árbol, en cada montículo de tierra oscura o en los difuntos barcos de papel. Duele la no humedad del verano en tu casa, y los besos nunca dados antes de salir. Y la comida caliente al llegar. Todos mis cuadernos llenos. A veces también llenos de ti. Te diré: escucho la música de entonces. Hay de pronto mucho sonido italiano como si tú tuvieses que ver con ellos. Como si realmente fueses extranjera, y yo te construí la vida más avasallante. También la muerte. Es posible que no vuelva a verte nunca más. Isabel, no quiero verte. No quiero saber de tus planes y si me odiaste un poco cuando te fuiste de casa. Menos si me odias ahora. O si nos has odiado a todos siempre. Alguien me ha contado que allí sigue lloviendo. Qué muchas familias han salido de sus casas. Pero que hace una semana te nombraron Princesa del pueblo, y yo no te he dicho nada. Mamá tampoco te dijo nada. Pero Isabel, estoy sobre mi cama ahora, también tu cama hace meses, y hago ver ciegamente el mar, y el cielo, y me viene octubre como si muy pronto fuese a morir; te pienso. Me dueles y te pienso. Qué triste estar tan lejos hoy Isabel, no poder siquiera desear ir contigo. Pero tú búscame. Tú llámame. A mi se me enseñó a ser dura. Tuve la crueldad del amante, y del qué no hace nada. Búscame tú sobre todo cuando era con la música. Mientras tanto yo estaré como todos los días, observando.

lunes, 6 de septiembre de 2010

De lluvia y vino


Déjame explicarte cómo funciona. Tú no lo sabes todavía. Pues eres de llegar lentamente. Eres irse. Tomar un paraguas inútil, y caminar bajo la lluvia que ha dejado de caer hace dos horas. Tú conoces mi caminar.  Voy por allí, y nadie voltea a verme. Y soy muy feliz con eso. Pero entrar a la vinatería. Ser una sombra. Pagar rápidamente. Es un acto natural. Entrar a casa, saludar a mi madre. Habrá vino por si apeteces. Quitarme los zapatos. Llenar la copa. Una ducha efímera después. Tocarse despacio como un gesto de amor tardío. Pensar entonces que el amor no puede ser más fácil que dejarse tocar y beber vino tinto. Como asumir un devaneo de notas musicales chocando contra todas las paredes y sus colores. Lo mismo acariciarme las piernas, seguir bebiendo y escribir. A veces asumo mis crueles posiciones. A veces acepto el gran ser de crueldad que soy. Lo sé. Lo sé. No vamos a parar en esa esquina. Empiezo a no sentirme la boca. Lo cual es siempre difícil. Recuerdas esas noches de tirarse en la cama, y llorar. Arañar muros. Vomitar. Gritar tu nombre. Viejos dolores de cabeza. Dejarse caer cruelmente en el vacío inocuo de tus frialdades. O ahora simplemente palidecer. Parpadear allí, en la sombra. Continuar con soledad voluptuosa y alegrarse. Llueve aun, y hay mucho vino.