No estoy en blusón, ni es la mañana del seis de octubre de dos mil ocho. No llueve hace tres días. No te fuiste temprano a comprar víveres. No vas a llegar en un taxi rojo ni me dirás: te traje gelatina. No te llamaré esta mañana. No sé cuando lo haga. Me niego rotundamente a abrir mis cortinas y no encontrarte a ti, en cada árbol, en cada montículo de tierra oscura o en los difuntos barcos de papel. Duele la no humedad del verano en tu casa, y los besos nunca dados antes de salir. Y la comida caliente al llegar. Todos mis cuadernos llenos. A veces también llenos de ti. Te diré: escucho la música de entonces. Hay de pronto mucho sonido italiano como si tú tuvieses que ver con ellos. Como si realmente fueses extranjera, y yo te construí la vida más avasallante. También la muerte. Es posible que no vuelva a verte nunca más. Isabel, no quiero verte. No quiero saber de tus planes y si me odiaste un poco cuando te fuiste de casa. Menos si me odias ahora. O si nos has odiado a todos siempre. Alguien me ha contado que allí sigue lloviendo. Qué muchas familias han salido de sus casas. Pero que hace una semana te nombraron Princesa del pueblo, y yo no te he dicho nada. Mamá tampoco te dijo nada. Pero Isabel, estoy sobre mi cama ahora, también tu cama hace meses, y hago ver ciegamente el mar, y el cielo, y me viene octubre como si muy pronto fuese a morir; te pienso. Me dueles y te pienso. Qué triste estar tan lejos hoy Isabel, no poder siquiera desear ir contigo. Pero tú búscame. Tú llámame. A mi se me enseñó a ser dura. Tuve la crueldad del amante, y del qué no hace nada. Búscame tú sobre todo cuando era con la música. Mientras tanto yo estaré como todos los días, observando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario