sábado, 30 de octubre de 2010

Watch your weight, your powers*



Todas estas sensaciones que vivimos en el interior, vamos a quemarlas. Porque hay un incendio del que no nos percatamos todavía. A ti te cuento estas desgracias y también, te acaricio el tobillo a modo que camines un poco más. Que sigas llorando pero afuera. Fuera de mí. Ya no voy a llorarte yo sobre las manos. Quedó un ruido en el pasillo, que no describí jamás. Era un sollozo muy sufrido y silencioso. Como si nadie lo hizo nunca. Cuando se descompone la cara por la pérdida y las respiraciones comienzan a actuarse para sobrevivir. Una calle sucia. Un último suspiro flagelado. Todo eso permanece allí, inamovible a lo que llamamos invierno. Esto te lo digo yo por si de pronto, muy lejos, lo olvidas. También por si un día llegas a reclamarme cómo pude ignorar tus ojos a tres metros de distancia. Es que surgía en medio de las cosas, un aire extrañísimo que nos alejaba aun los fines de semana. Era la misma música quieta de las noches. Cuando sabías que cerraba los ojos mientras pensaba despacio cómo no asesinarte una vez más. Era eso, lo sabes. Dolerse. Como nadie. Bailarnos las pestañas compensando su humedad posterior. Y sus besos. Los de la pared y el azulejo de la ducha. O dejarme caer sobre ti con cierto ardor en los dedos. Esos del hambre de teclas blancas y negras que nunca he acertado muy bien. Era lo mínimo, igual. Sólo oprimir un botón de encendido y abrir bien las cortinas de una habitación pequeña. Dejar que la luz penetre los libreros y la cama. O los rincones que ya no se pronuncian porque se abandonaron junto con la niñez. El baúl, la lámpara precisa. Y, ahora, el cenicero.

A ti te cuento todos estos asuntos porque eres tibia ante el equinoccio que viene. Porque me cantas, y te mezclo con la vida para beberte en las mañanas. Un poco de ron, un trago de whisky. Música clásica y conciertos.

Vamos a observar mientras se esparcen las cenizas, y dibujamos cómo caen sobre las repisas del baño.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sueños y el putisimo Otoño



No sé cómo explicarte esto. Por la mañana son los ojos. Rojos e hinchados. Arañar una vez, otra vez mis sabanas, cómo buscándote al salir del sueño. Tener ese sueño repetitivo de ti. Contigo. Qué te paseas a oscuras por una ciudad que apenas habito, porque tampoco camino en ella. A veces son los colectivos, sucios y apretados. Tomo uno todos los días, a las doce. Me dirijo a la universidad pensando un poco, pero siempre sin hacerme consciente del paseo por las ciudades que este hecho supone. No puedo levantarme de cama un día así. Soñar una serie de eventos que te contienen, tú paseando, hablando con aquél chico llamado Alex, ignorando mi presencia en una fiesta, yo al final colocando muchas bocinas y nuevos discos. Alguien, recuerdo, te reclamaba. Te decían: ella estaba allí, y no la viste. Creo que eso lo hacía mi mejor amiga. Pero luego estaba con Isabel, como retorcer ropas mojadas y añorando pasar con ella el otoño. Y me decían de a poco: camina. Y yo caminaba, pero pensando en ti. Cómo preguntándole al mundo porque te habías ido. Por qué no me habías visto, si yo estaba allí.

sábado, 2 de octubre de 2010





Te preciso de una manera libre

espumosa,
tibia y
tranquila.

Porque también,
hay un camino vertiginoso
que todavía no conocemos.

Te preciso porque me hablas
en el ruido y el silencio,
y me escuchas llamarte
diariamente como el sonido
cotidiano de una ciudad
enfebrecida.

Y la vida se nos hace inmensa
y voraz a nuestros ojos
en la incertidumbre de la nada.

Preguntamos a las paredes
por efímeros reflejos,
pero los vórtices siguen ahí,
desde aquél día, me hablan
haciendo una orquesta de dolores
musicales,

Entonces se abre una cortina
para iluminar el mundo:

Están allí tu cintura y las piernas.

Las nuestras.

Acechan. Esperan.

Logramos ir con los brazos
extendidos
y la posibilidad me resbala
por un hombro,
como un decanto cruel
de alusiones a tu cuerpo

Te preciso con la paciencia
sumergida en viejos adagios
que aun no aprendemos a tocar.

Iluminada y herida.
Sobre el mareo, contigo.
Invocándote:
Te canto,
con la precisión cuadrúpeda
de tu nombre.