martes, 9 de noviembre de 2010

Sleeping Beauty



Parece poco, permanecer frente a ti y verte como rezando. Cruzar las manos en forma de tregua distante, y no mirar al suelo. Y a veces, mirarlo, digo. Tus pies haciéndole trazos al mundo. Ellos, y tres acordes de guitarra con piano sonando, repetitivamente. Tú sabes cuales. Comparando uñas o sonriendo diminutamente. O darle tu nombre al aire, soplándolo como se le hace a una pelusa en la palma de la mano. Irse en el eco al pronunciarlo y galopando, libre, y con los ojos cerrados. Entonces, allí, parece poco también besar los bordes de un brazo. Como hace tiempo, en un lugar de paredes blancas y otras verdes. Dejándose ir el cuerpo en el llanto y la zozobra mía hacía un océano sin fin. Con notas ondulándose sobre cabellos que no habremos de recortar jamás. Ahora, es mínimo doblar unas sabanas a medio día, y sonreírles a los perros. Al igual que decirte muy sin preocuparse qué va pasar mañana, y así, renovarnos todos los días. Ya no oprimir párpados a las doce de la noche. Pero verte cabizbaja como teniendo sueño, como creciendo en la suerte de vivir. O casualmente soñando dentro los ojos. Dormitando al ritmo de una canción de cuna que te di. Y luego cayendo. Sumergida en la profundidad blanca, como suspendida en cantos de bosques, balanceándose sobre las ramas. Y, pareciera poco llegar a ti. Descalza, con los tobillos anudados a un cordón azul. Entre un resplandor amarillo que susurra “vuelve”. Encontrando pestañas pernoctando en una sombra. Lo cual no significa mirarme en el mismo lugar jugando con horas siempre desiguales. Por la tarde los labios rosas. Y en las mañanas llamarte con pupilas y verte, como invocando tempestades.


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