Querida
Nataly:
Afuera
llueve y es veintiuno de diciembre todavía. He llegado a casa y mi madre me ha
dicho muy triste, así como así, que tu madre ha muerto. Dice que fue un
accidente de autobús, que ha salido en los periódicos y en las noticias y ella tuvo que decirle a tu hermana, y que
incluso tuvo que decírtelo a ti por ahí de las seis de la tarde. Tú sabes las
desavenencias del día. Llegar, estar muriendo en las esperas de las que no te
he hablado. Así, aventé la cara al piso, ahora no sé más que pensarte. En ti,
como es costumbre cuando llueve, cuando hace frío, cuando veo a dos personas
charlando y siendo felices. Y es que ya hay luces de navidad en el centro, y
será otro año donde no te tomo de la mano un veinticuatro de diciembre. No
hacemos drama, no dormimos temprano, no reímos un poco del borracho de tu
padrastro. Aunque ahora contengo el instante donde tu madre, en una cama de
hospital, se alejó de la vida, donde ha cerrado los ojos y estando tan lejos de
ti. Quiero decirte algo; no sé que hacer con esta distancia ya. No sé dónde
estoy. Con quienes vivo. Yo tengo a mi madre todavía, pero a veces no conozco a
esta gente con la que vivo. Estoy cansada de estar lejos de todo lo que amo.
Estoy cansada de mí. Como ahora, que quiero romper el mundo, desdoblarlo y
llegar allí, contigo, sostener en mi espalda tu llanto. Y es que no encuentro
tu teléfono. Se lo he pedido a José y a
Lucía. A mamá que te llamó. Pero no entiendo a tus hermanas trayéndole el
teléfono a casa. Y que nadie pueda dármelo. Ya lo sé que no es creíble. Pero
qué sería de esta desdicha si te pudiera alcanzar. Me da miedo tomar el papel.
Justo ayer me topé con tus cartas. Las he separado para su ritual de invierno
donde las destapo todas, y vuelvo a recorrer tus caminos. Como tus brazos.
Hablarte de las playas. Del amor. Viajes donde siempre quise llevarte y nunca
lo hicimos. Me quedo así como intentando. Ya no tengo tanta amargura ni
dulzura. Estoy a la mitad de todo hace meses. Ya ves, yo que decía que jamás
sería mediocre. No puedo ni refugiarme en las letras. Me sucede temblar antes
del encuentro, como una amenaza a estar con la carne abierta y no quieres que
nadie vea tal espectáculo de muerte. Siento tu tristeza atravesando nuestro
precioso país. Nataly, a veces hay canciones por la noche. Recuerdas las
canciones de noche. Estar en casa de tus padres, las llamadas de mi ex novio, por
quien siempre me preguntas, él también me pregunta por ti. Como si nos conociéramos
todos desde niños. Tu madre diciendo que tú sin mí morirías y yo “y viceversa”.
Supongo que echaré de menos esa posibilidad, que llegues a casa, yo pueda ir a
arañazos a tu puerta. A pesar de ser tan mala con el mundo, tú me quieras. Y tu
madre allí. Ella allí porque tú la adoras tanto. Me duele porque te duele que
no vaya a estar más. Y es que ya viene navidad. Ya te escribiré.
. . .
El
día siguiente que confirmamos la muerte de ella, llovió por horas. Tú dabas
gracias en un país hipócrita (como si este fuese diferente). Y no te llamé. Hice en un papel “te abrazo mucho”. Y no te alcanzo otra vez. Ya no sé qué decirte. Agradezco
poderte escuchar ahora que tengo tu teléfono. Mañana voy a poner el árbol de
navidad. Me siguen gustando casi como tus sonrisas cuando pretendo contar
chistes. O sólo de estar. Ojala estar. Haré la carta como cada año. Lamento el
pésame que esta tendrá. Adjunto esta sin fines literarios. Te quiere como
siempre y más, Jazmín.