Es
posiblemente el aire. Ese espacio entre tus piernas cuando caminas. Me cuenta
historias de simetría. O de hambre. A lo mejor mis pasos cuando te marchas,
tres, para alcanzarte. Dos para detenerte. Uno para decirte que si te vas no
vuelves nunca. Probablemente mañana esté nublado. No podremos intentar escapar
del encierro en nuestro estuche de humano incapaz de olvidar. Siquiera de
pensarlo. Intentaré disuadir a mis sentidos de esperarte. Llegar temprano.
Tomar un taxi y apresurar a mi madre. Desayuno en el centro. Beber rápido el
café, sin pausas, como la vida. Al igual que a él, me gustan las barras de
cafetería del centro. Tienen apariencia limpia pero hay relatos de cotilleo e
infidelidades sucias. Propuestas de matrimonio sin contestar. Mesoneras tristes y
empresarios tristes. Como si hiciese falta recordar que, de alguna manera,
todos estamos bajo la misma pesadumbre. Y al salir de este lugar infestado de
bullicio falaz, no hacer caso a los semáforos.
Insertar las manos en los jeans. Contar los segundos entre luces porque
un día lo leíste, y te diste cuenta que alguien más los contó antes que tú.
Llegar. Estar aquí. Qué no sé porque seguimos aquí. A lo mejor es la duda.
Poesía para tus ojos que no han visto jamás, el salvajismo arrogante, crepitar
en mis paredes. Y tu nombre y el mío en extremos, casi opuestos, tirando. Estirando.
Enfermando cada día. Tal vez mañana haga buen tiempo y no se nuble para nada.
Tal vez podría decirte que mis teorías se resumen en minutos: A nadie concierne
dejarnos de querer. Lo mismo revolvernos cicatrices y huellas. El camino hacia
tus tobillos es incierto. Heladas montañas sobre el lago de tu espalda haciendo
laberinto, para que no llegue. Con mi bandida manera de reír, tomar tus
tierras, dejarme caer en ellas, ahogarme en ellas. He tomado un poco de ese
aire del espacio entre tus piernas para sobrevivir. Siempre dejaba ver mis
intenciones. No te voy a mentir. Siempre buenas intenciones. Y malas
intenciones cuando se trataba de matarte hasta el vértigo. Todas te desvestían
sin segundos. Es posible que esto sea todo. Que no te explique estar aquí en
verbo presente. Permanece mi silla temblorosa de aguardar. Eres como la calidez
de estar en casa. Aquí otra vez. Como
desanudando líquidos para dejarlos fluir; es un caudal que lleva voces y
momentos dorados. Allí a veces estoy como llorando, como estremeciéndome.
Posiblemente tú sigues aquí porque nunca viste tanta penumbra. Nadie te hablo
de odiar y amar mucho a los hombres y a las mujeres al mismo tiempo. […]
*Nadie me ha ayudado a terminarlo.