No soy más
que una cobarde. Nuevamente me he aterrado del mundo. Recuerdas cuando te dije
que el mundo es una porquería; y aunque te conozca y existas en él, y seas lo más
perfecto que camina sus senderos, sigue siéndolo. Hoy, tuve el cine de la
tarde, ese de cuando te vas y el día se termina justo a las cuatro. Y en mi
terrible posición de clase media lo he observado desde el sofá, con mis perros,
recién bañados con jabón “Consentidor” y con el estómago lleno y no pude más
que sentir vergüenza. Ese tonto dolor indescriptible en mi humanidad. Cuando al menos debería hacer foto periodismo o haberme ido de voluntaria al Congo como tantas
veces lo quise. Cuidar de los animales o hacer militancia porque todos somos
tan infelices. ¿No te lo conté? Ella y yo queríamos irnos África, con los huérfanos.
Pero prefirió irse a Israel, con los suyos. Luego se fue y eso también. Yo también lo hubiese hecho. Lo
he recordado esta noche. A ella sin demasiada trascendencia. No entiendo mi estúpido
llanto de sofá. Como si con eso se limpiara la suciedad de los sentimientos
humanos. Y sus masacres. He pensado en qué raza soy yo. No soy lo suficientemente
morena ni blanca. Mis antepasados son mitad mulatos, mestizos y españoles. Amo
inexplicablemente a todas las culturas ancestrales que han habitado la tierra. Tengo
apellido cubano. Mi bisabuela Carmen dejó que sus hijos murieran de hambre. Pero
tampoco he luchado por nuestros indígenas, ni por la libertad. Ni por el amor. O
la igualdad. Siempre me pensé tan individualista. ¿Qué estamos haciendo? Mamá
pasa frente a mí y me observa llorar otra vez. Me dieron ganas de abofetearme. Como
si llorar engendrara mas gente común haciendo cosas grandes, como el personaje
de Don Cheadle en Hotel Rwanda. O si fuese tan glorioso
como esa escena de Schindler’s List
cuando se dice asimismo que pudo haber salvado a alguien más. Si es que todavía valemos algo, cualquiera de
nosotros. Pienso que esa gente existe pero rara vez se habla de ellas. Aunque tú y yo no hablemos sobre lo que han hecho. Pienso que a ellos les importa poco que tu y yo lo discutamos. La noche continúa. Como si mañana no tuviese que preocuparme por pruebas hidrostáticas o
la presión que soporta el bronce a ciertas temperaturas. Cuando todos los días
ya no sabemos por donde pasar para que no nos alcancen las balas. Amor, he
llorado porque no me he muerto en la lucha. Porque no hago nada. Ni mi padre ni
mi madre tampoco. Él se mudó de esa ciudad donde me dijo que habían empezado a
asesinar chicos por cada rufián que muere. Y mi madre se lamenta porque no puede comprarse otro carro. ¿Por qué? No hay explicaciones para estas miserias
absurdas. Sé que alguien puede leer esto creyendo que tiene cierta importancia.
Yo sólo te las digo a ti porque tengo que decírtelas. Porque debes saberlas. Me
sucede sentir que de a poco todos nos morimos y nosotras seguimos sin
equilibrar el mundo. Pero ya es tarde. Ellos vienen por mí. Con sus ocupaciones
y papeles donde debo poner mi firma. Y cuando ya sea casi inútil la cambiaran
por otra. Pero tú, por favor, espérame. No te nubles con estos pensamientos. Yo sigo pretendiendo que la vida es eso que sucede hasta
que llega el domingo.
J.