He de volver en mayo. Cuando las ciruelas sean de un tono rojizo o amarillo. Cuando el árbol
rebosante de la primavera este lleno. Esperándome. A esta hora ya sólo quedan
los niños en el jardín, jugando a no aburrirse, y los adultos en su cansancio
buscan las siestas después de pescar hasta medio día. O él frente a mí.
Imitando mi indiferencia. O el sol o el aire y todo lo que no se dice mientras
ella duerme. Ayer veía un atardecer perfecto en lugares que nunca conocí. Toscana
o un rincón apartado de todos, en la costa, a kilómetros. Nada deben envidiarle
al mediterráneo. Un sitio, el sitio, donde te ofrecen la vida en copas; ese subsistir
ebrio. Como si no faltase nada más que hacer ridículos o dejar ir el cuerpo.
Aquí las cortinas se inflan una y otra vez para anunciar perfecciones. O es que
han dejado las ventanas desnudas para que las miren en un acto salvaje y
exhibicionista. Afuera cae la tarde. He perdido las fotografías de una vez.
Quisiera decir algo tan simple como que el día no terminara; como si observar
todo lo que no existe o existe tanto, pero no lo crees tan real. Y casi, casi
no lo es. Por eso te mantienes de este lado de la ventana. Viéndoles.
Pretendiendo que ya no recuerdas nada. A
salvo de la tristeza de marcharte. De no pensar en nadie. De no extrañar a
nadie. Si acaso, precisar una boca dulce antes de marcharte a la cama. Quizá la
de Mikél, a quien no conocemos. Pero lo soñamos la primera noche. Hacer eso de
abrirle los ojos más con la boca, menos con la luz en la voz. Eso muy temprano
en la mañana. Porque no puedes dormir más, es casi un dolor de espalda o el
ansia de ver al día amanecer. Amanecerle.
Una taza de café y luego el sol hasta las rodillas, ahogándote, con la misma
permanencia del agua. Con la misma muerte o el absolutismo de un amor corrosivo.
Con la embriaguez similar a abrazarle con las piernas mientras flotas. Lo
recuerdas. Es un sabor salado emanando desde la piel, para no olvidarlo. Que no
puede resistirse. He de volver en mayo y serán más días. Contaremos las piedras
sobre la espalda o las veces que saltamos para liberarnos al aire. También para
sentir menos, y no llorar. Nunca es suficiente. Es que cuando menos lo crees ya
ha oscurecido. Todo vuelve a comenzar de una forma distinta. La luz es
diferente cada vez. Como si unas horas fuesen las exactas y has trabajado,
vivido, soñado, comido, dormido simplemente para sentir estas horas y no más. Y
hemos caminado tanto y abierto de tal manera los ojos para dejar pasar la
belleza a través. Quisiéramos hacer música o llanto. Pero ya nada, nada nos
alcanza.
[Creo que alguien me llevó un vaso de cerveza o era la merienda, no sé, que no lo he terminado. ]
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