domingo, 8 de septiembre de 2013

Descafeinado, mi amor.







Dejaste de gustarme en un segundo. Es tan fugaz y quemante tal como todo comienza. A veces me pregunto si debería considerar reales esos sentimientos. Son muy de la bohemia y sus alcances ilimitados. Sentir que te quiero al escucharte, sentir que no puedo decirte no, a nada. Todo eso ocurre mientras se evapora mi cuerpo. Te digo que vengas, ven, ven, soy un desastre. Nunca lo había sido de tal forma. Je suis ton cour. Pero tú no lo sabes. Es como esa mirada que nos damos con la boca. Se mantiene en ti cinco segundos, quién diría que dura más que el olvido. Luego es sonrojo y pudor en revuelta. También es mi juventud. Ignoro si exista en mí alguna clase de retroceso. Voy quedándome pequeña, y grande, dentro de ti. Pero tú no lo sabes. No sé que obtienes de nosotros así. Principalmente de mi cuerpo moviéndose a grandes oleajes sobre ti. O de mi flagelando diariamente tus maneras. A medias, debajo de las cosas. No debes preocuparte, todo se irá así, en un segundo. Sólo lo absoluto prevalece. Lamento que a ti te encante mi soberbia, a todas horas; es un filoso cuchillo partiéndote en dos. Es siempre un juego despiadado donde terminas perdiendo. También vas a ganar cuando me beses. Creo que es bastante justo. Si lo piensas es perfecto para nuestro futuro. Inexistente. Sin embargo tienes estos momentos donde llegas, y todo vuelve al principio. Es tan intenso y desconocido que tiemblo. Y me acuesto con la idea de que el descafeinado no nos ayuda un carajo.   

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