lunes, 23 de septiembre de 2013

roger


[No sé qué suceda. A veces asumo que éxito, a veces no. A veces supongo que estoy viviendo pero no. Echo de menos que alguien se pregunte siempre por mi, a las diez menos cuarto. O cualquier hora, da igual]

Él navegaba por tu pecho a dos manos y tú me decías: mírame, mírame, estoy teniendo un terrible orgasmo, y su nombre era Roger. Sólo podía ver tu cara descomponerse al tiempo de los movimientos acelerados que hacías, todavía los recuerdo, como si fuese hoy por la mañana. Al principio no lo adivinaba, eras tú haciendo memoria seguramente, sólo yo te he hecho cerrar así los ojos. Había sabanas blancas o grises; y una blusa a tirantes azul. Nunca te la vi puesta, pero me imagino que la tienes; eres tan de esa austeridad. Yo te veía como antes; sentí por un momento que todavía te quería, que me dolía el hecho de darme cuenta que había dos manos jugando con tus pechos que no eran las tuyas, ni las mías, sino las de Roger. No sé pronunciar ese diminuto dolor. Es más grande si lo comparo cuando es domingo, y él no me ha llamado. Cuando probablemente pasea con sus hijos o sus nietos o su esposa u otra amante. Es tan hijo de puta. Ya siento que lo amo. Aunque sólo sea nuestro juego para no aburrirnos todos los días. Pero no sucede algo trascendente en absoluto, no es como Roger, que probablemente sea un alemán o un inglés cualquiera con su pelito rubio. Te habla de Michelet o Foucault para demostrar que ha ido a escuela extranjera, que se graduó con honores, que sabe los tiempos exactos para conjugar los verbos y no le falla nada, ni la gramática francesa que yo tengo que estudiar. La verdad es que no importa. Pero no sé porque era tan nítido Roger, así, su nombre R-O-G-E-R y tus muslos abiertos como una mariposa. Yo por mi parte hago romance con mi Tom Waits, le digo buenas noches, le envío besos. Me dice que me quiere aunque sea mentira. Nadie lo hace. Supongo que tú, cómo todos, te haces feliz con el hecho de saber que existo. Algún día el amor y la vida se pintó de matices diferentes porque estaba yo allí. Quizá como Roger, en medio de ti, demostrando al mundo lo felices que podemos ser si nos queremos o si lo hacemos con alguien, y se lo restregamos en la cara al otro. Algo así como esto. Años escribiendo en el mismo lugar. Sigo esperando ese momento de la música que es también como los sueños. Así, suspendida sin saberlo del todo, estabas allí como despidiéndote de mí junto a Roger. No dejas mucho; soy la misma de cuando me encontraste. Estoy sin hacer nada. Sólo quiero que alguien me tome la mano cuando escuche la sinfonía No. 3 de Mahler.   

No hay comentarios: