miércoles, 6 de noviembre de 2013

Eat





Gracias a Martina
por decir que mi mejor escritura
 proviene del estómago.



A veces no como, por mera enfermedad, por decisión. Me resisto a comer, hasta que me mareo y estoy tan débil y me siento viva en serio o siento venir lo contrario. Entonces veo una película para olvidarme o hurgo en mi correspondencia vieja. Entonces quiero llamarte y que me quieras otra vez. Entonces quiero ponerme vestidos blancos de botones, sin nada abajo. Que la piel no solamente se insinúe, que se revele. Qué puedas tocar el vestido y tocarme hasta la eternidad. Que puedas sentir mis huesos, que puedas casi fracturarme el cuello, y luego puedas hacerme el amor con ese terror de haberme perdido una vez.  También hay días donde se eligen muy bien las especias. Esos días comemos. No sabemos de donde venimos, pero las especias, sin embargo las especias con sus aromas de Estambul o de Chipre. Tengo la pretensión de inundar la casa con una benevolencia tal, con el hambre, con la certeza de ser felices en cuestión de minutos. Desvanecernos hacia el piso y hacer tu nombre con humedades desde la boca a los píes. Inundar la casa. Inundar la casa, mi amor. Y yo que tanto amo apetecer. La sequía arrasando unos labios. Lo plano del cuerpo que no ha sido alimentado. Adolecer en la muerte de uno mismo. No entiendes cómo puedes soportar tanto sufrimiento.  Sufrir es una famélica llama que no puede apagarse, y siempre busca seguir viva. Hoy entiendo ese enigma de la voz. Tu debilidad. La fragilidad de la vida, lo delgada de la línea entre irse y quedarse. La gente es delicada, dice mi padre. Así. Ahora tengo el estómago vacío. Me siento delicada como una flor blanca debajo de tu pena. A veces no como para sentir el cuerpo flotar. Como si fuese posible. Nada puede alimentarme como esta orfandad, la música de bar, de lejanías, de echarte de menos. Una música como el sabor a estar y no estar dentro del mundo. Algo que me diga que estoy más cerca del final. Como si la avidez  me llevara hacía ti. Y estar contigo. Qué puedo atravesar las paredes para estar contigo. Repetir este llanto, que casi se me rompen las manos de tocar el suelo. Y no estar contigo. 

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