Gracias a Martina
por decir que mi mejor escritura
proviene del
estómago.
A veces no como, por mera enfermedad, por
decisión. Me resisto a comer, hasta que me mareo y estoy tan débil y me siento viva en
serio o siento venir lo contrario. Entonces veo una película para olvidarme o
hurgo en mi correspondencia vieja. Entonces quiero llamarte y que me quieras
otra vez. Entonces quiero ponerme vestidos blancos de botones, sin nada abajo.
Que la piel no solamente se insinúe, que se revele. Qué puedas tocar el vestido
y tocarme hasta la eternidad. Que puedas sentir mis huesos, que puedas casi
fracturarme el cuello, y luego puedas hacerme el amor con ese terror de haberme
perdido una vez. También hay días donde
se eligen muy bien las especias. Esos días comemos. No sabemos de donde
venimos, pero las especias, sin embargo las especias con sus aromas de Estambul
o de Chipre. Tengo la pretensión de inundar la casa con una benevolencia tal,
con el hambre, con la certeza de ser felices en cuestión de minutos. Desvanecernos
hacia el piso y hacer tu nombre con humedades desde la boca a los píes. Inundar
la casa. Inundar la casa, mi amor. Y yo que tanto amo apetecer. La sequía arrasando unos labios. Lo plano del cuerpo que
no ha sido alimentado. Adolecer en la muerte de uno mismo. No entiendes cómo
puedes soportar tanto sufrimiento. Sufrir es una famélica llama que no puede
apagarse, y siempre busca seguir viva. Hoy entiendo ese enigma de la voz. Tu
debilidad. La fragilidad de la vida, lo delgada de la línea entre irse y
quedarse. La gente es delicada, dice mi padre. Así. Ahora tengo el estómago
vacío. Me siento delicada como una flor blanca debajo de tu pena. A veces no
como para sentir el cuerpo flotar. Como si fuese posible. Nada puede alimentarme
como esta orfandad, la música de bar, de lejanías, de echarte de menos. Una
música como el sabor a estar y no estar dentro del mundo. Algo que me diga que
estoy más cerca del final. Como si la avidez
me llevara hacía ti. Y estar contigo. Qué puedo atravesar las paredes
para estar contigo. Repetir este llanto, que casi se me rompen las manos de
tocar el suelo. Y no estar contigo.
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