Aparentemente me he
ido de todos los lugares; principalmente del corazón de ella. De las oficinas y
los bancos. De las esquinas esperando mis ojos. Del colectivo de las siete de
la noche hasta la escuelita del centro. Aparentemente me he ido, pero estoy más presente que nunca. Él ha vuelto para estar conmigo.
Hay momentos de esas gentes; Abel al teléfono siendo las 13:40 o mi padre
abriendo un vino a las 16:00. Una caminata que avanza como se me escapa la voz,
y me como las letras de en medio. Saltando baldosas y charcos de octubre. Aparentemente
está todo en su sitio. Nosotros somos felices. Existe la posibilidad de ello
cuando observas fijamente las ramas de un árbol, y otra vez una humeante sensación
desde la boca. Se le humedecen los ojos de verte. Pero es que no sabe que ya no
estás aquí. Que has partido. Qué estás más lejos que nunca. Y más cerca, más
cerca de todo cuando hablas. Nos movemos ligeramente.
Podrías relatar la cotidianidad si quisieras. Una cafetería a las 9:00. Ojala
ya no te hablara de música o de altos mandos. Guerras que hemos perdido. Ojala
ya no tuviésemos que pasear por la ciudad hasta llegar al hotel. Despedirnos
cuando se termina el día. Sin embargo sacas fotografías de cómo late tu corazón.
Y yo pienso en un barco que te construiré para irnos al océano. Me llevaré mi
cuadro de La habitación de Arles. Algunos recuerdos de países donde no hemos
estado porque alguien creyó que era buena idea dejar huellas; decirte: estabas aquí, aunque México. Pensar tal
cosa ahora es una monstruosidad. Pero creemos todo aquello porque anochece. Él
sigue en su habitación rentada. Le habita al mismo tiempo, un tipo de soledad que
es para llorarle eternamente. Para hacerle
una serie de libros con pasta dura, de esos que se ponen en el Chalet familiar.
Aparentemente ya hemos resuelto la vida juntos. Por estos días estamos tan dentro del mundo, y
lo llenamos de extremo a extremo, tú y yo. No sé dónde.

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