domingo, 21 de junio de 2015

As day goes by


El sol no atravesaba cortinas. Sería un escenario perfecto para empezar a describirlo. Estaba nublado en realidad. Brumas de primavera anunciando el verano, por si es posible. Ya creo que lo es. Las estaciones vienen y van cada año de manera diferente. No existen medievos en la época moderna para explicar tantísima agua. Jazmín Guillén se levantó de su cama matrimonial pasadas las nueve de la mañana, sola, y sobria. Con la incerteza del nuevo día bajo sus pies. Es decir, se levantó para lavar su ropa, eso era seguro. La había dejado remojando un día anterior. Para eso tuvo que abrir la puerta del diminuto departamento al poniente de la ciudad de México. Observó el valle, le hubiese gustado un poco de sol, ese sol de las cortinas. En cambio, la vista de su quinto piso, el cuartucho de azotea, le dejó ver nubes tocando los cerros de frente. Inmediatamente recordó a ese fotógrafo sueco que recrea nubes en los lugares más inimaginables sólo para decir “sí, podemos tocarlas”. Pensaba en cómo amanecer junto a las nubes, y que seguro, de ser así, dejaría la ropa para después.

No había algo particularmente especial en los colores del cielo. La verdad es que se le veía soso. Quisiera decir; el cielo imitaba un jugo de naranja y limón, pájaros cantaban, había un árbol respirando alrededor. Pero no. Había el ruido del señor del gas y los tamales oaxaqueños. Bajó inmediatamente por un licuado de fresa con plátano, pan tostado. La ropa seguía allí para ser lavada de las peripecias diarias.
No era ciertamente seguro, pero esperaba por alguna razón la llamada matutina de alguien. Hay días como este. Regocijarse en despertar con Giuseppe Verdi y limpiar. Esperar que alguien salude. Unos “buenos días”. Pero nada. Termina de lavar la ropa y sin prisas. Quisiera despertarse como en esa película de Joe Wright, con Dario Marianelli de fondo  y todo. Novela de los 1800’s, con gente que desayuna a su lado, un bullicio de sonrisas amarillas. Nunca hubo tal,  ni cuando vivía con su madre. Le disgustaba ver a la novia allí, con su familia, que no era su familia, y nunca sería su familia, y sin embargo allí, ese barullo artificial. Sabía de su artificialidad, porque nadie la esperaba. En esas películas se esperaban a que todos bajen al desayuno, se pasan la mermelada, la mantequilla, la sal o el azúcar. Siempre empezaban sin ella.

Lo más cercano a despertar con esa benevolencia lo recuerda a sus cuatro años. En el pueblo de su infancia, otro sábado, muy diferente a este sábado. Se preparaban para ir al templo, posiblemente su padre recién llegaba de viaje, porque esa mañana estrenó vestido. La abuela la peinó con dos trenzas. Un albañil que trabajaba en la casa - siempre habría alguno por esos días - construyendo sabrá dios qué, la casa, la otra casa, la que nunca habitaron, ni terminaron, la que vendieron para comprarse un auto; ese albañil le dijo “princesa Jazmín”, y ese día debió ser muy bonito, porque invariablemente lo recuerda. Recuerda esa mañana donde un albañil la nombró Princesa Jazmín. Seguro era abril o mayo.  

A medio día comienza a sentir hambre. Ya ha limpiado la cocina, el baño, tendió la ropa. El sol no salía todavía. Solamente pintaba un amarillo pálido y ruido de helicópteros el cielo de Huixquilucan. Como si tuviese relevancia, ya vuelto a comer muchos vegetales. Qué inútil preservar un cuerpo solitario.

Después de la comida, calcula que no saldrá a ningún sitio. Si acaso por el pan de la tarde, donde los dependientes son una familia de gatos taciturnos. Ella les sonríe siempre, y muy fríamente contestan “hasta luego”, cuando llegan a hacerlo. Los imagina en su mesa balbuceando sonidos graves y toda su casa silenciosa la mayor parte del tiempo. Tal vez en un futuro se enamore del hijo mayor, porque es muy serio y además, se parece a su primer novio, Jorge.

Sale y entra del pequeño departamento como jugando a la búsqueda de visitantes que llaman a la puerta. Las nubes de los cerros se fueron esfumando conforme avanzaron las horas, sin darse cuenta exactamente cuándo se borraron para ver claramente el verde en la cima. Deben ser pinos. ¿Qué autobús deberá tomar para llegar allí? Parece que no hay. Y deben asaltar en el camino. ¿Cómo será su densidad? Dicen que tocar una nube no es nada. Más aire sobre el aire. Y nada más.

Las horas se van en una maleta de viento y tonalidades grises. A veces agradeces cuando no lo sientes, al tiempo. ¿Lo sabes? Cuando no extrañaste mucho a nadie. Jazmín mete su ropa a pasitos, según va sintiéndose más seca. Mientras ve cortos en televisión, limpia el brazalete de plata que le trajo su mamá de un viaje a Guanajuato. Queda reluciente y piensa usarlo diariamente. Para llevarla consigo.

A las seis de la tarde, saca una silla a la puerta para leer con la luz natural. Página 184 del libro de David Nicholls, que la hace reír bastante y agradece mucho haberse puesto a leerlo. Qué tonta me parece cuando se encierra en un mundo de silencio y las palabras están por todas partes. Sonríe. Imagino que siente un poco de alegría y se aburre menos leyendo la vida de los otros.

Cuando la luz se ha ido, entra, pone agua a calentar para hacer un café con crema. Ve televisión un rato para no ensuciar los libros, ni cuadernos, ni nada. El día también se ha ido. Casi las diez de la noche. Nadie ha llamado todavía, ni siquiera su madre. Posiblemente busque a ver qué darán en el canal 22, y se irá a dormir sin haber hablado con nadie, ni con su sombra.


Tal vez conmigo.

sábado, 13 de junio de 2015

Mi lector es muy guapo



Mi lector es muy guapo. Se sienta frente a mí, disculpándose, fútilmente, por su retraso. Ya debería él saber que no me importa. No pasa nada. Seré muy educada en lo que la cerveza logra su letal efecto. No he aprendido que para la primera impresión no se bebe de esta manera. Sigue explicándome sobre el metro, alguien siempre quiere suicidarse un domingo a la tarde, y yo me río, se ríe conmigo o después de mí, parece un caballero. Quiere decirme con su sonrisa de dientes muy alineados lo simpática que le parezco, quiere decir que lo sabe; cualquiera de estos días donde he vuelto a escribir, describiré nuestro encuentro en este lugar poco sencillo, hispter, en el centro. Todavía desconoce si será para relatar su decepción. Yo nunca me decepciono de mis lectores. A decir verdad me sorprenden. Una pensaría que un tipo como este, así, educado, radiante, gracioso; debería tener mejores intenciones en la vida, mejores ocupaciones, que conocerme, por ejemplo.

Ahora me gustaría escuchar a Django Reinhardt. Llevar ese sombrero negro, el que me va bien con las trenzas y el vestido pequeño. Saber si en verdad estoy a la altura de lo que prometo. Miro por las ventanas como siempre. ¿Sabrá bailar swing este individuo? ¿Me llevará a otro lado? ¿Hablará de follar? ¿Tener hijos?

Quisiera el Minor Swing o mejor no, seguro me leyó en la época donde alguien me quería, y los días transcurrían inmersos en Debussy y Satie, el agua corría por la casa como un río nacido desde jarras de cristal, ella lo dejaba correr, ella alimentaba la tierra y las cosas. No suena nada, a excepción del indie y demás chatarra de moda de la cual ya no me entero demasiado. Por ese entonces yo valía un poco más la pena, creo. Quisiera el gymnopedie n° 1.

Tiende a expresarme su agradecimiento por estar allí. Imagine usted, el domingo por la tarde no tengo demasiado qué hacer. Sonrío otra vez, “no es nada, el placer es mío”. Como si fuese cierto. Es un poco cierto, supongo. Lo que realmente quiero decirle es que hay noches más claras que otras, no sé porque recriminan tanto la contaminación, si las luces parecen estrellas o luciérnagas desde mi edificio. Adquirí un nuevo pasatiempo, ver aviones aterrizar, y a veces quiero saber su recorrido en kilómetros pero no sé a quién voy a preguntarle. Mis vecinos me odian porque escucho la música en altos decibelios, y ya me diría él que puede verme bailando a Nina Simone en la cocina, aunque ya lo voy cambiando por Rhye, The Fall, eso porque sale en Une rencontré, la del tour francés, seguro ya la ha visto.

Se va apagando nuestra charla como un nocturno de Chopin o como mis ojos. No sé qué se esperaba. Mi energía y concentración como una vela extinguiéndose, constantemente. No es culpa de él. Me miró las piernas al menos en tres ocasiones, creo por los relatos donde hablé mucho de ellas, la fascinación de mis amantes por morderlas, entre otras nimiedades que escribo. Bebe mesuradamente y pasadas las ocho me dice, si quiero irme, porque sabe vivo bastante lejos. Paga la cuenta, porque también sabe de mi pobreza. Mira mucho mis mejillas camino al metro. No sé si por el vino del final o porque son demasiado grandes. Es dulce hasta para despedirse, cuida que no resbale por las escaleras. Agradece, otra vez, agradece. Mi presencia, mi cosmovisión, mi manera de escribirlo.

Yo no sé si sentir ternura.

Me dice el gusto que le ha dado, no me dice que hubiese deseado que fuese más guapa, más alta, más delgada. Pueda que lo piense, pueda que no.

Yo no sé si tomarlo de la mano, gritarle que las luces de las calles se van herrumbrando y no quiero quedarme sola.


Y me pasa asumir que ya lo sabe, muy tonta.  

miércoles, 10 de junio de 2015

El ardor (III)


Me preocupa recordarte. Claramente habías dejado un ardor, he hablado de él en repetidas ocasiones. Un ardor que iba desde el plano físico; mi cuerpo entero, mis pezones, la entrepierna; y el emocional, mi ego, mis ilusiones, mi seguridad de mujer enajenada. No me preocupó como para volver a escribir de ello, indagar en ello, redundar en ello, hasta la noche del 8 de junio del presente año, domingo para el lunes, ayer. Han sido semanas complicadas, verás, antes me esperabas a la salida o llegabas a tu departamento en Santa Fe, y pasadas las seis de la tarde, mandabas un mensaje sobre mi boca, mi cabello, mi piel como la leche o mi lengua que se asomaba ferozmente entre mis labios. No me besaste nunca, pero hablabas de ella como sí, y a las seis con quince minutos, estaba ansiosa de saberte. Ahora paso todo el día en la oficina, y doy gracias al cielo no haberte dicho jamás donde estaba con exactitud.

Nadie me espera a la salida.
Nadie tiene urgencia de mi cuerpo.

Las noches son cada una como la otra, con la diferencia que a veces fumo, a veces no. A veces bajo a comprar la cena, otras veces lloriqueo un poco, otras no. Y así, interminablemente. No te echo de menos. No sé qué podría echar de menos. Tu deseo. Tu beligerancia. Tu lascivia. Tu resistencia al desvelo para prolongar la inútil existencia de tu cuerpo. La manera de refutar que, en la vida, tú eres más cabrón que yo. Más solitario que yo. Más melancólico que yo. Más independiente. Me sorprende haberte soñado la noche del 8 de junio para amanecer lunes, o sea, ayer. Era una especie de burla ante tu ausencia. No recuerdo, justo ahora, con la lucidez de estar tan despierta, todavía trabajando, a ciencia cierta, tu perfume. El lunes amanecí como fundida en él. Pasaban de las ocho de la mañana, tú nunca quisiste dormir conmigo, ni que comiera tus pestañas, tú nunca estuviste allí; pero ayer por la mañana era tu olor, ese leve y fino, apenas perceptible cuando besé tu pecho, cuando marcaste una línea para que besara hacía abajo, no tu pecho, casi irreconocible entre mi boca y mi nariz. Te habré besado durante dos horas en un recorrido hambriento y repetitivo. En un camino abierto que me prohibiste.

En el sueño usabas una camiseta cualquiera, gris, gris de suciedad, gris de no importarte lo que piense. La primera vez te vestiste a cuadros, camisa roja, planchada, chamarra negra, jeans de tela dura, zapatos a juego, tan preciosos. Yo los creía preciosos porque cuando te acostaste, los pantalones se levantaron un poco, y me dejaron ver tu tobillo, tan pálido, indefenso. A las mujeres como yo, esas cosas nos ponen locas.

En el sueño me hacías el amor, y no, es decir, tú no haces el amor, tú coges. Aparentemente venías a casa para hacérmelo. Qué bueno eso no lo recuerdo muy bien. Pero puedo apostar a que lo hiciste. Siempre hubo algo que funcionaba entre ambos. Imagino por eso te recuerdo. En el sueño también me dejabas claro (nuevamente) que no me querías. Que me usabas con fines recreativos y sexuales. Yo lo sabía desde el principio. Sin embargo era tu fragancia invadiendo mi cama, más que tu presencia en el cuarto, haciéndome saber tu regreso porque en la vida hay cosas que tienen que ser así. Sabernos, ya sea para sufrirnos, reír y comer otra vez una comida asquerosa de la cual te quejaste. Arrepentirme porque gasté mucho en ella, etcétera.

Me preocupa, porque ignoro si sirva de algo las reminiscencias, sueños, y demás sugerencias que tengo sobre ti. Me desperté aturdida, ayer, solamente para tener otro día de mierda, rodeada de idiotas, comandada por idiotas, y qué más da ya si me vuelvo uno de ellos. Te escribo con tanta libertad porque sé, de cierto lo sé, como si fuese lo único que sabré esta noche, que no lo leerás nunca. Me lo dijiste siempre; no te leo, no te leí, no te quiero leer, para qué.

Y yo, sigo aquí esperando a que alguien afuera me diga “buenas noches”, “te acompaño a casa” o “quítate los jeans”.


Foto: Christine day lorico

lunes, 8 de junio de 2015

Opus 78945154198


http://przypadek.deviantart.com/art/mi-81639946

Un día tuvimos fascinación por las muecas del aire. Por las grietas del suelo sugiriendo que hay otro mundo debajo. Por la ciudad derrumbándose entre la lluvia. Y luces que se mueven en un frívolo vértigo de gigantes sin nombre.

Un día tuvimos una esperanza diminuta de existir dentro de otro, habitarlo, desgarrar, quisimos hacerlo todo nuevo. Ya sabíamos antes de quererlo, que tal cosa era imposible, sin embargo pretendimos entender; también existen gestos iracundos en las bondades, una superficie para respirar después de sumergirte. Un sol para nublarte la vista.

Un día me paré en la puerta y dejé ir no sé qué palabras. Tuve que regresar a la mesa, sentarme, ponerme a llorar. Hacer como que empacaba maletas y alguien venía a preguntarme ¿a dónde te vas? Quédate.  Hacer drama para unas paredes blancas. Muchos cuadros en llorando mi partida, unas manos que salían del suelo que me detenían, aunque no. Aunque no era cierto. Un rostro se despide en un giño y un silencio se vuelve murmullo en las heridas.

Un día tuve fascinación por las bocas, y era necesario besarlas todas. Vimos el cielo abierto con los ojos cerrados, y un mar inmenso que escurría por los tobillos, tocando el azulejo helado, fue necesario inventarnos cuatro balsas para ser llevados a los extremos. 

Tal vez reclamarían los restos.

Un día extrañé tanto a mi madre que lloraba por partes de mi cuerpo que aún nadie había inventado. Tú sabes que siempre sucede. Un día alguien recorre tu cuerpo para hacerlo a su antojo, te despiertas en cualquier tarde o mañana con jardines o bosques en él, ríos, palmeras, niños y todo.


Un día la llamé desde mis entrañas, ignoro cómo lo supo. Al otro día tenía un mensaje de ella diciéndome “jamás te olvido” e imagino que eso más que misticismo, se llama intuición femenina. 

[...]