domingo, 21 de marzo de 2010

Ofelia's Day Off

Sabes que es domingo porque yaces en la cama con una indeferencia voráz a los relojes.
Te despiertas lentamente porque se abren tus ojos sencibles a la luz. Pretendes ignorar el entorno general de las cosas. Qué no hay gente debajo de ti, ni a lado, ni una biclicleta al fondo. Tu mano trémula sostiene un aparato musical anunciando a Ólafur Arnalds. Todo esto en tu mente, con una comunicación intrapersonal ruidosa. Y, en realidad, no te mueves. Piensas en Martina y en el Bilbao gris, que detesta. A lo mejor piensas en ella porque tiene todos los discos, o no, o algo más.  Apenas ejercitas los párpados. Tienes que responder el teléfono. Levantarte. Comer cereal. Lavar los platos. Salir a la calle en busca de nuevas direcciones dinámicas. Sentir calor. Ver a lo lejos nubes de lluvia. Ordenar tu mañana como indicio de vida latente: Ólafur arnalds. Martina. El domingo. Vuelves a las sabanas y a los dedos fríos que bien puedes imaginar –los suyos- mientras te habita La lucidez cada vez más, despacio. Logras decirle, a ella, entre pequeños balbuceos: me colocó a la orilla. La cuerda. Esas cosas que sólo entenderíamos las dos; el domingo, la lavandería, el piso compartido. Las llamadas de mi madre. Las listas que se hacen mientras se escribe, como haciendo siempre un interminable inventario de sustantivos propios. Saber que no te creera mucho después de la primera vez. Y qué perdonará la mala conjugación de los verbos. O lo infinitivo. Eso lo asumes. Mientras al final del día le regalas una canción de Library tapes.

viernes, 19 de marzo de 2010

The prettiest thing

Para mí era suficiente ser “lo más bonito” en la vida de ella. Y eso era fácil, decíamos. En algún modo faltante. Para Rosa, por ejemplo, era así desde mi nacimiento pequeño y prematuro. Lo importante de esto, era, realmente, convencerme de serlo. Actuar como tal. Como “lo más bonito” en la vida de alguien. Al principio, uno tonto, incrédulo, renegado; se rehúsa a cumplir su misión. La misión que supone ser lo más bonito. Es, por el contrario, ese monstruo iracundo de los días y las noches. Ser el antónimo de antónimos. El antagónico. Y todo aquello propio que el puesto llegase a requerir. Te enajenas con la más profunda negación al Ser. Luego, con lo puta que es la vida, sucede prontamente comprenderlo. Siendo todo menos lo que competía entonces, como la prettiest thing de mi madre; un día llega alguien gigante, luminoso, aerostático, perfecto. Encuentras a tu propía prettiest thing. Después no sabes que es peor. Serlo o tenerlo. Pero saber que siéndolo, tienes la obligación de comportarte indómitamente, y tenerlo, estúpidamente, no es más que, de cierta manera, esperar reciprocidad.

domingo, 14 de marzo de 2010

"My oldest memory"

[Fragmento]

Pareciera, a veces, que tú fueses mi primer recuerdo. El único. El primero. Te tengo junto a mi madre y a mi padre, quienes han sido los más grandes amores de mi vida. Compartes habitación con la abuela Isabel, y con Carmela. Eres el pensamiento primogénito cuando transito carreteras federales, y salen todos los árboles, a través de la ventana.
[...]






miércoles, 10 de marzo de 2010




Voy a escribirte desde el fondo de mi cuerpo como siempre.

Como me conociste un febrero. Esta era, en nuestro tiempo actual, febrero.

Hablarte ahora de Joanna Newsom y su arpa. O de A Hawk & A Hacksaw, y que no puedo escucharlo tan alto como para encontrarte, en el mismo fondo, en las raíces donde nacen las venas con sus bracitos encarnados. Todas esas cosas que hierven en la sangre. Las mías. Porque, bueno, la verdad es que nunca he sido húngara, serbia u otomana. Y no sé si en realidad algún día lo fui. Antes, antes nos vimos de lejos desde las tribus vecinas, y entonces bailábamos y te decía: voy a bailarte desde el fondo de mi cuerpo. Algo parecido a eso. O no, no lo sabemos. Seguramente simplemente de lejos, desde siempre. Y desde entonces la vida nos sonreía con una mueca a lo lejos. Lejana como siempre. En señas. La forma exacta de doblar mis piernas, y balancear la cintura y acomodar las caderas para incitar-te. Y ya después de ese pensamiento vuelvo a mi asiento tranquila. Luego respiro. Me deslizo más lento para no azotarte con mi fuerza de adicta. Generalizo mi opción de dedicarte un libro que sólo magnifique la idolatría al whisky o la reverencia mía hacia la cerveza. Mis estados mentales. El hecho de estar enferma y pensar muchísimo más en mi mamá y en la abuela. Que necesito besos y abrazos constantemente sobre todos los primeros días de julio. Mi aversión profunda hacia la vida, sino he de pasarla borracha, y mi enajenación por la palabra “amour”. “Je t’aime mon amour”. En ese libro volveré al principio nuestro a todas horas. No recuerdo bien porque comencé a escribirlo. Porque me vino A Hawk & A Hacksaw o Andrew Bird a la cabeza. Porque no lo pensé, con otras gentes, y al fin contigo. Con los piecitos fríos. Quisiera justificar de mejor forma mis mentiras, digo, escribo un libro que no tiene nombre. Y el cual nadie más compraría, sólo tú. Algo sobre amor y canibalismo. Esas diminutas letras para ti. Las que eternamente escribo, y de dónde más. Sólo desde el profundo, grávido, herrumbrado y melancólico; el abismo eterno de mi cuerpo.

jueves, 4 de marzo de 2010



Me dice mamá: recibí tus cartas. Y yo lloro. Le digo que hoy y todos los días lloro, si la escucho, si persiste con sus llamadas después de trabajar. Me dice: son ciertas tus palabras, y escribes muy bonito. Yo repito “ah..muy bonito”. Y cómo ella me lo dice a lo mejor es verdad. Probablemente me lo creo. Porque luego continua: me has hecho llorar. Y yo no quiero su llanto. Yo quiero toda su risa en una botella de cristal, para abrirla después, como los ecos. Me llama mamá de nuevo, me pregunta “estás bien”,de nuevo estás bien, no te escucho bien, me estás mintiendo. No sé ni que decirle. Sumo las monedas para salir al otro día. Ella entonces me regala un “te presto”. A lo cual no le digo que no. Hay que estar en la lavandería, desear un trago de vodka o mata ratas. Algo. Desear todos los libros de poesía. Decirle: eso y mucho más. Mamá es una caja de música, mi caja de música predilecta. No acepta mis acetatos ni mi música clásica. Pero toca en mí, la membrana más triste, las letras y ojos más terriblemente tristes, de toda mi vida…