viernes, 19 de marzo de 2010

The prettiest thing

Para mí era suficiente ser “lo más bonito” en la vida de ella. Y eso era fácil, decíamos. En algún modo faltante. Para Rosa, por ejemplo, era así desde mi nacimiento pequeño y prematuro. Lo importante de esto, era, realmente, convencerme de serlo. Actuar como tal. Como “lo más bonito” en la vida de alguien. Al principio, uno tonto, incrédulo, renegado; se rehúsa a cumplir su misión. La misión que supone ser lo más bonito. Es, por el contrario, ese monstruo iracundo de los días y las noches. Ser el antónimo de antónimos. El antagónico. Y todo aquello propio que el puesto llegase a requerir. Te enajenas con la más profunda negación al Ser. Luego, con lo puta que es la vida, sucede prontamente comprenderlo. Siendo todo menos lo que competía entonces, como la prettiest thing de mi madre; un día llega alguien gigante, luminoso, aerostático, perfecto. Encuentras a tu propía prettiest thing. Después no sabes que es peor. Serlo o tenerlo. Pero saber que siéndolo, tienes la obligación de comportarte indómitamente, y tenerlo, estúpidamente, no es más que, de cierta manera, esperar reciprocidad.

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