Voy a escribirte desde el fondo de mi cuerpo como siempre.
Como me conociste un febrero. Esta era, en nuestro tiempo actual, febrero.
Hablarte ahora de Joanna Newsom y su arpa. O de A Hawk & A Hacksaw, y que no puedo escucharlo tan alto como para encontrarte, en el mismo fondo, en las raíces donde nacen las venas con sus bracitos encarnados. Todas esas cosas que hierven en la sangre. Las mías. Porque, bueno, la verdad es que nunca he sido húngara, serbia u otomana. Y no sé si en realidad algún día lo fui. Antes, antes nos vimos de lejos desde las tribus vecinas, y entonces bailábamos y te decía: voy a bailarte desde el fondo de mi cuerpo. Algo parecido a eso. O no, no lo sabemos. Seguramente simplemente de lejos, desde siempre. Y desde entonces la vida nos sonreía con una mueca a lo lejos. Lejana como siempre. En señas. La forma exacta de doblar mis piernas, y balancear la cintura y acomodar las caderas para incitar-te. Y ya después de ese pensamiento vuelvo a mi asiento tranquila. Luego respiro. Me deslizo más lento para no azotarte con mi fuerza de adicta. Generalizo mi opción de dedicarte un libro que sólo magnifique la idolatría al whisky o la reverencia mía hacia la cerveza. Mis estados mentales. El hecho de estar enferma y pensar muchísimo más en mi mamá y en la abuela. Que necesito besos y abrazos constantemente sobre todos los primeros días de julio. Mi aversión profunda hacia la vida, sino he de pasarla borracha, y mi enajenación por la palabra “amour”. “Je t’aime mon amour”. En ese libro volveré al principio nuestro a todas horas. No recuerdo bien porque comencé a escribirlo. Porque me vino A Hawk & A Hacksaw o Andrew Bird a la cabeza. Porque no lo pensé, con otras gentes, y al fin contigo. Con los piecitos fríos. Quisiera justificar de mejor forma mis mentiras, digo, escribo un libro que no tiene nombre. Y el cual nadie más compraría, sólo tú. Algo sobre amor y canibalismo. Esas diminutas letras para ti. Las que eternamente escribo, y de dónde más. Sólo desde el profundo, grávido, herrumbrado y melancólico; el abismo eterno de mi cuerpo.
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