[Para la gente que lee La Brecha continuamente, periódicamente -o ¿casualmente?- sabrán, que no soy mucho de publicar escritos extensos o artículos ajenos a mí. Incluso siendo míos, nunca lo son tanto. Será que no tendré demasiado que decir, que valga. No obstante hay algunas palabras que sí valen, y nos duelen, nos llenan y nos pueden como pocas cosas en la vida. Lejos de mi aparente estoicismo e individualismo, siempre he amado la tierra donde nací. Nunca olvido de donde vengo. Dice mi abuela que así sabré bien a dónde voy -aunque eso ya no sé explicarle que no lo sé muy bien-. Así que me he tomado la libertad de transcribir un 'discurso' o relato que forma parte del disco "No tiene fin" del grupo 'Los cojolites'. Dichos, grandes exponentes del Son Jarocho. Específicamente del sur de Veracruz, donde yo nací. Lo coloco tal cual suena y tal lo dice ese hombre, cuyo nombre desconozco, y me gustaría saber. Lo dejo con los pequeños errores, dentro de su perfección y el atropello en las palabras. Aunque yo me hago feliz y triste sólo de escucharlo. Pido, a ti que me lees, que en todo caso vuelvas a perder unos minutos conmigo ... porque esto, también soy yo. ]
" Quería terminar, contándoles una historia que me platicó el viejo Antonio. La cito de memoria, y sin el reposo, y el análisis pausado que da el escribirla. Y ocurrió hace como un enero, una madrugada de enero, fría, diez años antes de la toma de San Cristóbal, y doce años an … no, perdón, veintidós años antes de que llegara aquí con ustedes. Estaba yo, me encontraba pues escuchando en la grabadorita una música, en algún momento no sé cuando, me di cuenta de que a mis espaldas estaba el viejo Antonio y sin que viniera al caso, le baje un poco el volumen por que sabía que iba hablar él. Encendí un cigarro por doblador; doblador le decimos nosotros a la cubierta del maíz, porque no había papel para fumar. Agarró un tabaco del que yo fumo, se formo un cigarrillo, lo prendió y empezó a platicar esta historia de los sueños buenos y malos.
Y decía él que en el mundo había gente muy mala, tan mala, que su maldad salía hacia afuera y empezaba a caminar como fantasma. Que cuando la gente buena tenía un sueño malo, una pesadilla, no estaba soñando su sueño, sino que estaba soñando un sueño ajeno. En ese sentido decía: no hay porque tener miedo de las pesadillas, porque lo que tenemos que entender es que no es nuestro sueño. Y precisamente, era una pesadilla el mundo en el que estábamos entonces, donde como pueblos indios no éramos mirados, ni tomados en cuenta, mucho menos escuchados. Porque donde nosotros estábamos, no llegaba nada. Nada. Ni carreteras, ni comunicación, ni radio, ni televisión, ni nada. Ahí podía alguien nacer, crecer, morirse, y nadie iba llevar la cuenta. Ni saber siquiera como se llamaba. Bueno, decía él, esos sueños malos o esas pesadillas que vamos teniendo, son ajenas, son de otro que dejo escapar su sueño. Y nosotros, como estamos dormidos, sin darnos cuenta lo tomamos y lo metemos en nuestro sueño. Pero decía también que hay sueños buenos, algunos eran tan buenos que no los recordábamos, hasta en el momento que los empezábamos a hacer en la realidad. Y decía por ejemplo que había veces, que soñábamos la libertad. Y que a la hora que soñábamos la libertad, soñábamos al otro. Y lo hablábamos, y no había temor en nuestra palabra, ni había temor en nuestro oído, en nuestro sueño podíamos estar a lado del que estaba diferente, sin que hubiera problema, y podíamos saber que cada uno y cada cual podía ser lo que es, sin que hubiera enfrentamiento, sin que hubiera choque, sin que hubiera quien manda y quien obedece. Decía el viejo Antonio que ese sueño se llama libertad, que a veces nos damos cuenta que lo tuvimos y a veces no. Que sólo lo vamos a recordar otra vez, cuando lo conquistemos en la lucha. Y decía también, que hay sueño, que es el sueño de la justicia. Y uno soñaba en la justicia, que el mundo era parejo, que era plano, que había luz en la mesa y había alimento para la palabra, que la gente reía, y cantaba y bailaba, porque el mundo estaba cabal y no había arriba ni había abajo. Y que ese sueño muy seguido lo olvidábamos, la gente que somos, la gente humilde y sencilla y que no lo íbamos a recordar, otra vez, hasta que lo hubiéramos hecho realidad. Y decía el viejo Antonio también, que hay veces que soñamos que somos mejores, mejores seres humanos, mejor hombre o mejor mujer. Según cada quien, con cada cual. Y que en ese sueño, uno sentía que no era perfecto pero que era mejor que el minuto anterior, que el día anterior, que el año anterior. Sentía que era más completo porque era grande su escucha, para el otro, porque era buena la palabra que le regalaba el otro. Porque sabía que no estaba solo y que había otro, que luchaba por él, en lo mismo, en el mismo lugar, en esa tierra que estaba siendo soñada en el sueño. Pero existía, como quiera, fuera de él.
Y decía el viejo Antonio, que en ese sueño donde somos mejores era tan rica, el color, y la música que había, que a veces se hacía una música; decía que en el sueño en el que somos mejores cuando se escapaba de nuestras cabezas, y de nuestro sueño y pasaba a la vigilia, cuando estábamos despiertos: era una Música. Y antes de irse me dijo, que el sueño de ser mejores, es muchas veces, como la música que estabas escuchando. Y se fue.
Quienes me entendieron, lo que estoy diciendo, y lo están pensando, saben que lo que estaba escuchando era un Son Jarocho.
[Aplausos]
El son y el guapango, fueron las dos hojas de la ventana por las que me asome primero, a lo que era la música, y los musiqueros, después se abrió una puerta: el rock.
Buenas noches compañeros, muchas gracias. "

No hay comentarios:
Publicar un comentario