Dejé las sabanas revueltas por si querías pasar.
Los dedos a la orilla.
Pájaros cantaban afuera.
Dejé mi cuerpo a secar un ínfimo segundo. Luego hubo que vestirse, colocar los lentes. Escribir. También estaba nublado. Una mujer muy alta rondaba el baño, detesto sus sonidos, ya tú sabes quién es. Pero dejé todo puesto para que tú llegaras, no veo cómo explicártelo mejor y con imágenes sobrehumanas un domingo. La música tuya sonaba, recordando que estás silenciosa en alguna parte, viva, viva pero a veces como viviendo sin mí. Eso me ocurre no comprenderlo. Esta existencia mediocre que siempre consiste en virar hacia otros lados. Me comenzaba un hambre. Un temblor, cierta tristeza. Han sido sueños repetidos dos días, has sido tú que no me esperas en la cocina o derramándote, con ganas locas por saltar al precipicio de mis piernas. Has sido tú, recuérdalo. Ya no sé quién ha abierto la caja. Me gusta decir que olvidé, plenamente, su nombre. Me gusta pensar que, todo ha sido necesario para los mínimos roces de nuestra vida de verano. Las asperezas en las manos aguardan. Hay canciones de alegría si pretendemos que todo va bien. Y nada nos falta de lunes a viernes.
Pero te mentiría.
Hay más dramatismo envolviéndome, y me sucede creer que voy a quedarme ciega. No hay miedo más terrible que me corroa cuando siento que lo pierdo todo. Como aquél de que te marches cualquier día, que me despierte con la ‘incerteza’ de ti, y todas las abuelas del universo hayan muerto. Y que mi piel se parta, y que mi belleza se esconda cuando pretendas tomarla con las manos. Y que no podamos volver a la costa como cuando sentimos el amor de golpe derribando muros y abriendo vórtices que se disolvían en las tardes de vigilia.
Te mentiría, ya ves.
Si te digo de pronto que las habitaciones me son suficientes, cuando todo se vacía de nuestros juegos perversos. Que tanto he adorado. Estoy aprendiendo a tocar todos los timbres que me lleven a tu calle, larga, larga dicen, eso pronunció alguna vez un cartero. Largas calles señorita Jazmín. Y las pensé un rato, estuve agonizando de verte esperando a alguien más. Mientras, aquí, se reconocían murmullos de tienda de abarrotes. Me quedé como llorando, como sufriendo. Pero no.
Je t’attendrai.
La soledad era inconclusa.
Parpadeaba de esperarte. Gente compraba café.
Y no tengo la fuerza ni las ganas para cerrar nuestra puerta.