domingo, 29 de mayo de 2011

Je t’attendrai



Dejé las sabanas revueltas por si querías pasar.


                                                                                                        Los dedos a la orilla.

                                                 Pájaros cantaban afuera.

Dejé mi cuerpo a secar un ínfimo segundo. Luego hubo que vestirse, colocar los lentes. Escribir. También estaba nublado. Una mujer muy alta rondaba el baño, detesto sus sonidos, ya tú sabes quién es. Pero dejé todo puesto para que tú llegaras, no veo cómo explicártelo mejor y con imágenes sobrehumanas un domingo. La música tuya sonaba, recordando que estás silenciosa en alguna parte, viva, viva pero a veces como viviendo sin mí. Eso me ocurre no comprenderlo. Esta existencia mediocre que siempre consiste en virar hacia otros lados. Me comenzaba un hambre. Un temblor, cierta tristeza. Han sido sueños repetidos dos días, has sido tú que no me esperas en la cocina o derramándote, con ganas locas por saltar al precipicio de mis piernas. Has sido tú, recuérdalo. Ya no sé quién ha abierto la caja. Me gusta decir que olvidé, plenamente, su nombre. Me gusta pensar que, todo ha sido necesario para los mínimos roces de nuestra vida de verano. Las asperezas en las manos aguardan. Hay canciones de alegría si pretendemos que todo va bien. Y nada nos falta de lunes a viernes.

                                                                                                               Pero te mentiría.

Hay más dramatismo envolviéndome, y me sucede creer que voy a quedarme ciega. No hay miedo más terrible que me corroa cuando siento que lo pierdo todo. Como aquél de que te marches cualquier día, que me despierte con la ‘incerteza’ de ti, y todas las abuelas del universo hayan muerto. Y que mi piel se parta, y que mi belleza se esconda cuando pretendas tomarla con las manos. Y que no podamos volver a la costa como cuando sentimos el amor de golpe derribando muros y abriendo vórtices que se disolvían en las tardes de vigilia.

Te mentiría, ya ves. 

Si te digo de pronto que las habitaciones me son suficientes, cuando todo se vacía de nuestros juegos perversos. Que tanto he adorado. Estoy aprendiendo a tocar todos los timbres que me lleven a tu calle, larga, larga dicen, eso pronunció alguna vez un cartero. Largas calles señorita Jazmín. Y las pensé un rato, estuve agonizando de verte esperando a alguien más. Mientras, aquí, se reconocían murmullos de tienda de abarrotes. Me quedé como llorando, como sufriendo. Pero no.

Je t’attendrai.                                                                                                                                                                                       

                                                   La soledad era inconclusa.


Parpadeaba de esperarte.                                                              Gente compraba café.


                         Y no tengo la fuerza ni las ganas para cerrar nuestra puerta.

domingo, 22 de mayo de 2011

Còmo extrañarte




[Parpadeos]

Todo
               Empieza
                                con
                                          parpadeos
                                                            diminutos
                                                                                  torturándome.

                                                                                                          [No sé controlarlo]

Tampoco sé cómo decir ‘extrañarte’ en la tarde, ya casi anocheciendo, cuando el sol es por fin muy naranja. Y tengo que ser arrastrada por dos pequeñas vidas. Dice mi madre: es que te esperan para salir. Es posible. Pero, María, yo hace una semana no tengo paciencia para nada. Ya no volteo a ver a los perros callejeros, no tengo tanto amor ni siquiera para los míos. Quiero llegar a casa, llorar, llorar como el otro sábado por voltear a todos lados y no encontrarte. Aunque estás. Estás y no estás. Estás de otra manera. Estás en los vocablos de los libros que no leo, en las canciones que escucho atentamente – si sobra tiempo y la mente no me engaña- , si alguien vuela una cometa y me mira y sonríe. Yo he aprendido a fingir miradas y sonrisas en setenta y dos horas. A moverme otra vez al ritmo de Yann Tiersen por las mañanas. Así. Exactamente así. Dicen que camino muy lento desde hace veintiún días. Eso es diferente. Eso se debe a ti. Esa taciturna manera de olvidarme de mí, un poco, de flotar en todos lados, como siendo una cometa, toda mi niñez jugueteándome hasta desaparecer entre la tierra y el cielo. O serán tus manos: estirar – erosionar – arrastrar. Entre otros verbos. Aquí a nadie le incumbe, no les importa mucho estas fachas. Que no me alimento como antes y que estoy adelgazando terriblemente. Que me visto como puedo. Había aprendido a reconocer la tristeza así. Sabía olfatearla con el café o con la inocencia del aire, temprano. Pero ya no. Es que tú, tú eres, no sé cómo gritarlo. Cómo eres la felicidad en forma de mujer de piernas largas. Canciones del mar, la dinámica del mar entre cuatro paredes,  una incontenible alegría y la luz. La luz, sobre todo. Y alguien de pronto nos apagó. Aunque no se pueda. Nos vendó los ojos. Sí, así, nos vendó los ojos. Pero no son mis manos, ni las tuyas, ni las de alguien del pasado. Son como los cortes del papel, que fácilmente acaricias sus bordes y después sangras. Y si un momento te descuidas te corroe hasta las venas. Alguien nos tiene contra el suelo, con arcos de violines masacrándonos el cuello, con melodías que nos taladran los oídos de lo cruel que es vivir a los veintitantos en el año dos mil once. Alguien nos ha comido la tarde a mordiscones y arañazos, pero no son los mordiscones –y arañazos- en las bocas  que nos profesamos los viernes, consecutivamente, en temporadas gloriosas. Tan lejanas ahora.

María, a nadie le importa cuanto nos hagamos infelices un día domingo. Por lo tanto, lo único que puedo decir de nuevo, es que te echo de menos, tanto, tantísimo,  con la misma angustia de Yann cuando toca Sur le fil en vivo. Y las cuerdas casi se rompen, y el arco se desgaja en dolor. Y a veces yo, así. Por las noches.


Jazmín,
Ofelia Waltz,
y todas esas a las que solamente tú posees. 




miércoles, 11 de mayo de 2011

Escenarios




Recuerdo mi cara y el silencio sordo -como un fantasma detrás de la puerta- después de hablarte de Liszt cierta tarde, otoño, por supuesto. Una fragilidad tácita en tus ojos, otros temblores -de los que jamás hablaremos- te crecían desde las manos. Era, principalmente mi deseo. Mi voz corrompiendo ese espacio virgen de tu oreja, una planta trepadora común, germinándote el cuello. Hablarte de Suiza como si supiese algo, cualquier tema, que en realidad frecuentemente ignoro. Pero siempre abrir mucho los ojos, usar ademanes moldeando el oxigeno invisible para que no te quedara más que mis métodos febriles, para que no te apartases de mí cuando llegara, sin duda alguna, lo indicado. Así podría inventarte historias incomprensibles para todos, que tú disfrutaras del tal manera que no pararas de reír, y yo, haciéndome lío con los verbos conjugados.  No tienen mucho secreto: Son pretéritos continuos. A veces cambiar el aparatito para que sonara Schubert. Impromptu in g bemol, its says. Seguir hablando, seguir evocando extrañezas. Pequeñas muertes vespertinas mientras se cocina pasta, se planea abrir un vino barato. Charlar. Desanudarnos. Tengo todavía esta grave obsesión con las conversaciones. La gente nunca se conoce del todo. La misma gente, que al final, no es mucho, y nos aburre. Ellos no enmarcan la silueta del quiebre sobre el aire, ni  tiemblan de labios o pestañas mientras te hablan de la Filarmónica Nacional de Varsovia. Pero tú dices, tú piensas [yo quiero estar contigo]. Es tal esa tarde. Un sábado. Sazonar comida italiana, y nuestro silencio eterno, mi cara transparente, tú asintiendo o mis dedos finos que no adoraste parafraseando a Chopin. No sé, se nos iba el sábado, es que a veces no existía. Los Escenarios estaban vacíos cuando tenía un esplendor a lo Liszt, o será, será que ya no lo recuerdas.

martes, 3 de mayo de 2011

Un aire de abril y te cagas




Desempolvar mis zapatos ortopédicos.

Estaba hincada en el piso y estirando la mano como quien busca debajo de la cama.

Todo, lo perdido.

Me ordenaba el cabello, cada vez más largo y enmarañado.

Desempolvar. Ah, sí.

Igualito que a los recuerdos.

Estar en bragas y sostén observando unos zapatos negros,
querer llorar un poco.

Sí, sí soltar un par de lágrimas.

Pero estaba así, ya, con los labios pintados de carmín.

Lo femenina por delante.

Mis píes comenzaban a doler por frío.

Rachael Yamagata y una guitarra que conocemos muy bien.

Ponerse unos jeans. Te aprietan. Malditas vacaciones.

No calcetines.

No.

No algo. Algo. Algo no está.

‘It’s not about geography’

Azotarse contra la pared roja.

Abrir, no sé porque, pero abrir las piernas.

Sí, frente a la pared roja.

Luego cerrarlas, no viene. No va venir.

Tengo que irme a clases, ultimas clases, hace frío.

Hace frío y no va a venir.

Me ocurre esta tristeza de zapatos ortopédicos.

Busco la bufanda, supongo terminar de vestirme.
Pero es extraño.

Me sigo sintiendo en bragas y sostén,
ahí, como mordiéndome los labios

procurando el dolor.

lunes, 2 de mayo de 2011

Simple



A veces relámpagos de odio.

Esta manera de colocarnos detrás de los muros,
como esperando su derrumbe dentro de una caja de cartón.

Una melodía lenta.

Perdón.

[Perdón, perdón]

Luego, nada.

El jazz de los días sin latido.

Una mujer bonita que te besa sin parar.

Y vamos, vamos, intentas cantar.

Llenar hojas de papel con la arquitectura
de su rostro.

O con la de muchas flores.

Llenar una hoja de papel con flores hechas de letras.

Así, a veces, cantar. Llenar la voz.

Pero tienes una voz rota que flaquea,
ha flaqueado varias veces
anoche.

Tratar de construir una tormenta con
el torrente de los ojos.

A veces así, que te callen ‘te ruego que te calles’.

Hacerlo.

Hablar. Y hablar, luego hablar.

No escribir más,

no beber,

no habitaciones,

no retar a las prostitutas,

no recordar amores.

Romper todos los espejos
para no vernos nunca más.


No sé, a veces ya no sé quién soy,

si no estoy descifrándome en las vocales de tu nombre.