[Parpadeos]
Todo
Empieza
con
parpadeos
diminutos
torturándome.
[No sé controlarlo]
Tampoco sé cómo decir ‘extrañarte’ en la tarde, ya casi anocheciendo, cuando el sol es por fin muy naranja. Y tengo que ser arrastrada por dos pequeñas vidas. Dice mi madre: es que te esperan para salir. Es posible. Pero, María, yo hace una semana no tengo paciencia para nada. Ya no volteo a ver a los perros callejeros, no tengo tanto amor ni siquiera para los míos. Quiero llegar a casa, llorar, llorar como el otro sábado por voltear a todos lados y no encontrarte. Aunque estás. Estás y no estás. Estás de otra manera. Estás en los vocablos de los libros que no leo, en las canciones que escucho atentamente – si sobra tiempo y la mente no me engaña- , si alguien vuela una cometa y me mira y sonríe. Yo he aprendido a fingir miradas y sonrisas en setenta y dos horas. A moverme otra vez al ritmo de Yann Tiersen por las mañanas. Así. Exactamente así. Dicen que camino muy lento desde hace veintiún días. Eso es diferente. Eso se debe a ti. Esa taciturna manera de olvidarme de mí, un poco, de flotar en todos lados, como siendo una cometa, toda mi niñez jugueteándome hasta desaparecer entre la tierra y el cielo. O serán tus manos: estirar – erosionar – arrastrar. Entre otros verbos. Aquí a nadie le incumbe, no les importa mucho estas fachas. Que no me alimento como antes y que estoy adelgazando terriblemente. Que me visto como puedo. Había aprendido a reconocer la tristeza así. Sabía olfatearla con el café o con la inocencia del aire, temprano. Pero ya no. Es que tú, tú eres, no sé cómo gritarlo. Cómo eres la felicidad en forma de mujer de piernas largas. Canciones del mar, la dinámica del mar entre cuatro paredes, una incontenible alegría y la luz. La luz, sobre todo. Y alguien de pronto nos apagó. Aunque no se pueda. Nos vendó los ojos. Sí, así, nos vendó los ojos. Pero no son mis manos, ni las tuyas, ni las de alguien del pasado. Son como los cortes del papel, que fácilmente acaricias sus bordes y después sangras. Y si un momento te descuidas te corroe hasta las venas. Alguien nos tiene contra el suelo, con arcos de violines masacrándonos el cuello, con melodías que nos taladran los oídos de lo cruel que es vivir a los veintitantos en el año dos mil once. Alguien nos ha comido la tarde a mordiscones y arañazos, pero no son los mordiscones –y arañazos- en las bocas que nos profesamos los viernes, consecutivamente, en temporadas gloriosas. Tan lejanas ahora.
María, a nadie le importa cuanto nos hagamos infelices un día domingo. Por lo tanto, lo único que puedo decir de nuevo, es que te echo de menos, tanto, tantísimo, con la misma angustia de Yann cuando toca Sur le fil en vivo. Y las cuerdas casi se rompen, y el arco se desgaja en dolor. Y a veces yo, así. Por las noches.
Jazmín,
Ofelia Waltz,
y todas esas a las que solamente tú posees.
No hay comentarios:
Publicar un comentario