Te dice adiós dando pasos hacia atrás mientras cruza la carretera. Te sonríe. También le dices adiós hablándole, como denotando un “no te vayas”, pero debajo, disfrazado, escondido. La realidad es que, no quería abandonarte. Te lo ha dicho “nunca voy abandonarte”. La realidad es que tampoco le buscaste por la noche como se lo dijiste. Por eso los pasos hacia atrás. Pero no importa. Ahora tratas de recordar el acomodo de las palabras para que fueran perfectas un sábado a las seis. Pero ya no vienen. Se quedaron allí. Estampadas en el asfalto como, algunas otras cosas, de las que no hablaremos. Quería decirte precisamente el adormecer en tu sonrisa. Todos hablan de tu sonrisa, y tú guardándola, de píe a mi lado. No comprendo tu estar de píe a mi lado como si ya hubieses tomado parte entre la guerra diaria, y que comienza todo a lastimarme como ciclo normal de la vida. Ya te he hablado sobre eso. Necesito tus manos acariciando mi frente y mis cejas, necesito tu gesto inevitable a desordenarme el cabello si me descuido. Y la gente mirando, y tú sonriendo. Decir; ya no sé que voy a hacer el domingo por la tarde. Luego tu voz, segura, resonando en las paredes amarillas provocando un desliz sobre la cara. Yo no sé. La gente quiere poseerte. A mí ya me da lo mismo. Están en los mostradores diciendo “pero yo estoy aquí, estoy… ¿por qué no me quieres?” y mi “no es lo mismo”. Sobre mi soledad has conocido bastante. Te queda claro el masoquismo mientras piensas en mí, mientras lo dices, fascinarme que lo digas “quería regresar a ti, y ayudarte”. Hemos hablado hasta el cansancio. Y claro. Tu solución es simple. Pero yo no tengo nada, no tengo nada ya ves. Me quedaré en esa estación un tiempo, me observaras vengarme de mí, y he de llorar como nunca. Y no estarás. Y estarás. Como cuando me dices adiós y no miras los autos en la calle.
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