Querida Martina;
La electricidad falló por ahí de las seis, y te pensaba. Recién te ibas. Recién me dejabas con el cuerpo abierto, a la mitad. Decía; mi amor escribe sobre las velas una noche, y allá hace calor. Decía; en mi ciudad llueve y en la tuya las entrepiernas gritan desesperadas por un otoño, que parece, no llega entre los días. Miré a mis vecinos salir a mojarse. Son niños, sonreía tanto que no me lo creerías. Veía a mi vecino de lejos, hace años que no me gusta. Y fumaba. Fumaba. Tenía cenizas en las piernas, el cabello desordenado y los lentes. Nuestro romanticismo que nadie puede imitar, resbalándose en mi clavícula, entre mi vestido blanco. Del que tienes la foto de mis piernas bajo la mesa. Al cielo gracias. Por el agua y por todo. Y tenía frío. Quería que vinieras. Ya sabes, a mí la lluvia me pone caliente. Entre otras cosas. Tenemos las contradicciones y a Ólafur Arnalds. Tuve que reordenarme viendo los charcos. Me enaltecían los dedos quemándose al final del cigarrillo. Y no sé. Tuve que escribir sobre ti. Te lo dije. Olfateaba de nuevo mis manos. Ese olor a ti y a mí. Luego bebí té y me encontré esperando a mi madre. Me descalcé para barrer la entrada del negocio. Era tan natural, mi amor, estar así. El pueblo pequeño y el estruendo que no me asusta. ¿Te asusta a ti? Yo besaré tus manos el día domingo. Te he besado tanto amor, y no ha sido suficiente. A veces parece mentira mi cuerpo, los temblores, y los gritos. Los gritos sobre todo. Mi vida que se adhiere a ti. Mis uñas, mi cabello, las costumbres. El rostro que te gusta. Tu rostro que me gusta y demás. Me estoy derritiendo por dentro y llueve, llueve como el calor que se escapa por donde nacemos. Llueve y la carga en voltios estalla en no se qué postes. Y sigue lloviendo hasta que arden mis pulmones. Como me ardes tú, que me ardes por todas partes.

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