lunes, 3 de octubre de 2011

Abuela y niño con sombrero café


Un olor especifico tan del incienso, el devaneo del colectivo, mi cansancio –sobre todo mi cansancio-  y este dolor de los días.
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Él, con un sombrerito café y yo; y mi música clásica en los oídos; su abuela. Su abuela a lado en la oscuridad de este pequeño autobús. Las sombras, las luces y las sombras. Naranjas y amarillos, y ella enseñando su credencial que desmerece al pagar dos pesos menos.  A veces aparece el mareo de cuando las cosas se mueven y tú estás allí. A veces no me crees que pueda pasar inmóvil días. Que no nombro a nadie, y mis movimientos nulos flotan por alrededor de la casa. A veces sucede todo. La soledad, tanta soledad y el amor que no es suficiente. Jamás. Hay algo sucio en esta ciudad, pero te enternece la imagen de una abuela y su niño. Él, ella, juntos, cabezas juntas y yo observándolos. No sé dibujar, no sé tomar fotografías certeras, te digo así que estaban juntos y yo con el cuerpo inflamado y con frío. Para hoy sólo he bebido agua.  Decirte así, ya no puedo con los sólidos. Decírtelo así como si escucharas. Voy a comenzar a escribir cartas como a los veintiuno. Alguien lee en la sombra sobre mis relatos de cafetería y hotel. O los adagios de Brahms a la luz de un cuarto rojo deshabitado. No sé cómo describírtelo. Ellos así, no sé, no sé, me aprieto los muslos. Estaban tan juntos y tan queridos y yo sin Isabel. Ya no levanto el teléfono ni a mi padre. Y Brahms tan de sábado estando con papá en la mesa. Todas esas imágenes allí en la oscuridad del colectivo mientras ellos, perfectos, hermosos, hablando de Roxana que se ha comprado unos tenis y camina por la Vicente Guerrero mientras pasamos por allí. Yo tengo tanta hambre. Pensar en la ducha aun sin llegar. Gente que baja y sube de aquí. Un calor, sí, un calor de verlos. Pero ves, ves, la gente de a poco comienza a olvidarte y antes decía que eras la mujer de sus sueños. Así comienza octubre con un cuerpo desgastado, el recuerdo de mi abuela a quien no llamo más, mi clóset nuevo. Y no lo sé. El camino iba así entre destierros. Yo a punto de llorar. A punto de llamar a quien sea. Con un escalofrío en los brazos y me sentía tan sola. Sin esperar a nadie, y esperándolos a todos. Como en el final de aquella película donde se reúnen mientras te celebran a ti. No sé si me entiendas. Mi observarlos allí, a ambos, enmarcando con mis ojos marrones que tanto han visto, ahora, a ellos. Casi llorando te digo. Ella blanca y pelo gris, el pequeño y blanco con el sombrerito al bajar, de su mano, ten cuidado al bajar; le dice. Y yo muriéndome, yo amándolos así como se le hace a la familia. Luego llegué a casa, con unos pasos tan lentos como de no llegar y estar, estar en casa, llamar a la abuela, echarse a llorar. 

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