martes, 10 de enero de 2012

Como si fuésemos de agua.


Así suenan los minutos contigo.  Esto sonaba cuando te fuiste.

Domingo, enero 8 de 2012


Si esta fuese la última vez que te veo, te recordaría así; estrenaste los zapatos negros que te compraron ayer, tu cabello largo a tus setenta y tu amor por las faldas. Y, sin ofenderte, cómo pretendes manipulación de las formas más adorables. Algún día, alguien dirá que te escribí mucho, muchas veces. Que nadie –ni yo misma- me encontraba sentido, pero no tenía otra cosa más que escribirte Isabel. A veces tenía el llanto en una oficina, de mañana, a veces la habitación. A veces todos los olores y limpiar hasta cansarme. A veces las expectativas de las vacaciones venideras, a veces. Isabel, me he dado cuenta de algo terrible; no tengo dulzura ni amor para nadie. Sólo estas profundas ganas de llorar por las tardes desde los diecinueve, que no comprendo. Tengo que ir a ti, a tu ciudad de humo, tenemos que irnos juntas y no dormir todo el camino. Aquí sólo soy piltrafas de alguien luminoso que un día fui. ¿Lo fui? Quisiera recordar aquella plática a las tres de la mañana. Me hablabas de que antes no existían los autobuses para rutas largas y tomabas el tren. Me contabas de tus pequeñas alegrías de chocolate. Tu padre bribón, un matón muy guapo del que aun recuerdo la fotografía, antes de que la rompiese mi madre. Y yo, lamentando tu pérdida. Y tu pasado, y tu infancia. Y yo fascinada porque de eso quería hacer una película. Que no he hecho, y no sé si haré. Es que de pensarlo lloro. Ya ves, como si fuésemos agua.

Conservo las luces azules que tanto te gustaron. Las enredé entre los libros y juguetes viejos que siempre voy a tirar, pero la verdad, es que no lo hago. No sé si esto me consuela, no sé si siempre seremos así, Isabel, tan de agua. Como los retornos al pueblo natal. Ya sé que tú no podrías vivir conmigo. Esta ciudad horrenda te desmerece y asfixia. Yo si puedo me voy ahora mismo. Correr tras el autobús como hacía mi perro cuando tú te ibas. Correr tras el abuelo cuando volvía borracho a casa a encerrar a la abuela Carmen, correr. Ah, abuela, no sé qué hacer con mi tristeza. A veces quisiera acomodarla como a esos juguetes. Allí. Contemplarla, de lejos. Y yo que no sé hacer feliz a nadie. O es que en esta soledad no se vislumbra nada. Hay una gente murmurando abajo. Escucho trastos y perros. Y pienso en la cena que ya no me harás, y suspiro grande, demás. Y pienso que no tuve el valor de decirte que no voy a casarme nunca. Y que no sé si me muero mañana mandándolo todo al carajo. Tú deberías de saberlo, siempre he sido un espejismo. Pocos tienen la capacidad correcta para amarme nada más. Y ya no quiero que me amen, Isabel. He sido cruel con el mundo. Estabas aquí y ya no hacía más que recordarte como si no estuvieras. Una melancolía temprana y silenciosa. Ojala algún día perdones mi manera salvaje de ser. Mientras tanto, te beso y te recuerdo. Mendigo por todos los sitios un pedazo de ti.

Verano, espero. Febrero de hospital. Y ámame tú, no me dejes de amar tú.


J.

No hay comentarios: