Es extraña la progresión de la noche dentro de la habitación. Afuera también, es como la percepción del vacío girando a la velocidad de una rueda. Como si esto fuese posible. Así tu ausencia, y todo lo demás queda suspendido en arañazos al aire, y me doy cuenta que no estás y estás, en el fluir de las cosas. Sé, que allá duermes y es de noche. Aquí la oscuridad me lo dice. Que allí, es aun más oscuro. Que los animales han salido a andar y hacer sus batallas, dejar sus huellas, y nuestros cuerpos solitarios duermen con toda su humanidad. Allí estás tú y estoy yo. Tú, hermosa, perpetua y mía. Yo, tuya y solamente eso. Los segundos se deslizan como gotas en medio de un ruidoso silencio donde no estamos. Pero habitamos el deseo y la ilusión que no es sólo un espejismo cuando atardece. Te digo que llueve en las mañanas, que todo se hace pequeño, diminuto, cuando intentamos recalcar los procesos de encantamiento en nuestros ojos. Es notar que la voz en las palabras se hace gruesa, y es como un crujir de dientes al pronunciarnos el nombre debajo de las sabanas. Es observar el reloj, el intercambio de sombras, el avanzar de las sombras y los ángulos y la calidad de la luz. Sentir mi mano hueca sin tus dedos, es eso, y otra cosa más que no recuerdo. Sonreír se me hace extraño a las cuatro. Comer, conducir un auto, caminar. Actividades para hacer cuando el sol te acaricia el rostro, y no sabes si llorar o dejarte dormir para sentir menos. Sólo un poco menos. Luego la memoria. Parpadeante como un foco. La retención de un olor cuando tú llegas, cuando ella llega, y la incontrolable irradiación del calor dentro, que quema en la garganta y hace trémula la carne sobre los huesos. Y repito las horas como pequeños toques en una rodilla que espera ser besada. La noche llega a mí, casi, imperceptiblemente. Algo se apaga. Pero primero se oprime un botón en algún sitio. Ese botón que me dice que en tu habitación estaba oscuro a las tres de la tarde. Yo tenía la boca inflamada de buscarte los labios. No te conté mi terror a los dientes. Y queda una vibración que sacude mis pestañas, y tú duermes mi amor. Todavía duermes. Sin mí, en un lugar sin mí, donde sin duda alguna tarde o temprano sucede la noche.

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