Los ojos ardían, el cuerpo se movía a grandes oleajes y tu vestido color marfil. Mi bohemia decorativa, decías. La ventana era golpeada por sabe que mañanas ruidosas.
Había oscuridad.
No sabíamos desdecir la noche.
Tus besos eran presurosos, como aterrizar en mí forzosamente. Y el gran pino de navidad en la entrada del hotel, y tu hablarme de algo que no sabía que era y hasta entonces. Le tenías recelo a la moleskine y a mi chaqueta. Y a mi sonrisa cínica, y a mis celos inoportunos. No eran celos ni palabras demás. Es mi violencia de rebelarme cuando me posees. Escribir, decíamos, es volver. Volver a nosotros, reencontrarnos en una larga carpeta de asfalto (me encantaba esa forma en la que lo dicen en los diarios). Como si existiéramos otra vez. Así cuando la música era exacta, tatuabas aquella trompeta en mi muñeca, la besabas, luego volvías a desvestirme. Había cellos por todas partes. La familia desayunaba abajo, éramos más nuestros. Habitaban sonidos y luces grises nos cubrían todos los huesos. Yo podría haber explotado de amarte. Y afuera la tempestad.
[J, gracías por la música, nuestra música, siempre ...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario