martes, 10 de abril de 2012

Sin precedentes ( ... )

Era viernes y mi padre me ayudaba a reparar la lámpara de noche, “es muy vieja”, me dice. “Además tiene un gorro”, le digo. Sonaba el piano de Rachel Grimes. “La muerte es algo que duele, padre”. A veces todo es muerte. Todo huele a muerte. Las horas, el destilar de minutos. Las canciones de cuna que me hacen recordar a mi padre, ya han muerto. Como si uno mismo muriese lentamente con cada palabra no dicha. En estos casos, uno inconforme, aun piensa en el mañana. Como vislumbrar el despertar incómodo y el mutismo que le sigue. Una falsa sonrisa. Las cinco de la mañana y acariciar la herida con los dedos. La tocas una y otra vez. Como la caricia primera. Sintiendo ese bultito de piel formando las cicatrices. Tiernamente burlándose de ese presagio de muerte. Casi no puede ser cierto. Estás terriblemente sola. Tan salvaje, tan exacta, tan profundamente sola. Ciertamente esta cantaleta ya me cansa. Qué sea viernes y no me beba trago a trago el agua de un lecho oscuro, que no viva la extravagancia de cruzar las piernas mientras se besa lascivamente una copa. “La muerte es algo que duele, padre”. Me encanta sostener un rostro entre mis manos y decir “si no me tocas, me muero”. Después salir a las calles y respirar el humo de la noche o ese que se escapa entre los labios. Recordar que es viernes. Que ahora lo pasas donde los padres, perpetuamente, con la única rutina de verlos y preguntar “qué hay ahora”. Al final, mi padre arregló la lámpara. Sólo estaba desconectada. Le hemos dejado el gorro igual. En el televisor alguien dice “el amor es infinito”. Entonces piensas ahora en la “muerte” y en el “infinito” como respuesta a todas las preguntas nocturnas. También piensas en el amor, principalmente en el amor. Creo que todo se trataba de eso desde el principio. La falta de. Lo inconcluso de la oración. El dolor de espalda que no te deja y la herida. Es esa soledad que estalla en la herida. Y como evitar que te recuerde a la muerte. Como esas historias que rescatas y son luminosas al final. En su ardor y en su pérdida. Todo huele a muerte, hasta el amor, cuando lo crees perdido. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

❤! . . .