lunes, 2 de abril de 2012



Elige un día. Una hora. Un nombre. Nuestros sentimientos serán los mismos y mi piel. Esta piel con que te amo. El sentido metafísico donde adivino los roces cuando la luz entra lo suficientemente exacta, para abrir discretamente los ojos. Puede ser que el mes sea marzo, el día domingo, que sigas llamándome Jazmín con un hermoso acento de isla. Pueda ser que ya no haya hombres, ni mujeres para besar o especular. Ninguna manera de escoger distracciones de manera voluntaria. Pueda que no quede nadie sobre la tierra, y sólo habite la oscuridad. Pueda ser que tampoco me llames más al teléfono cuando haya pasado. Posiblemente, hablaremos sobre los mismos temas repetitivamente; entonces tu aburrimiento, pero si amanece antes de él,  habríamos que preparar té y atisbar la geometría de los tejados. El brillo de las losas según la dirección solar. A lo mejor dibujamos un puente para cansar los pasos y después caigas en mi hombro, me tomes de la mano, pretendas que no soy tuya, y que todo te ha sido prestado. Que soy una persona más en la multitud si me dejas libre y no voy hacia ti, otra vez, con la mirada fija. Mordiéndome la boca y calculando la matemática de un encuentro furtivo. De un beso furtivo a las doce de la noche, aun no lo quieras. Creo que es posible acordar el día. Sólo elige una hora, y tendrás que llamarme de manera diferente. Pero el amor no será diferente, ni el odio, ni la nula idea de la inmortalidad si descubro un mar entre tus piernas. Los celos de amante tampoco serán diferentes. Habría mucho drama salpicando las banquetas, mucho resplandor naranja mientras ya no hablo más; sólo con las pestañas, y los brazos, y algunos gestos.  No he conocido persona que se resista al mutismo, cuando ha encontrado una herida abierta. Y no sabe que hacer con la disyuntiva de devorar o besar. Todo será igual, te lo prometo. Y cuando suceda la vida estará repleta de extravagancias sublimes y gozos exagerados. [...]

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