De cómo Dusty Springfield salvó mi vida un martes (y llovía)
Era como revivir en una canción. Mi madre decía
que yo sería genial en la lengua inglesa desde los ocho. Descubrí los 60’s a
los doce. Y era Dusty
Springfield y Ben E. King o los Bee Gees. Y ese anuncio de Clight que me hacía tirarme en el suelo mientras el sol me daba en
la cara. Un vaso lleno de juguito y el espejo. Nunca fuimos muy guapas, pero nos gustaba fingir que sí. No bailaba
muy bien pero teníamos el disco de los 60’s y la felicidad de la infancia. Creo
que eso recuerdo. Usaba un camisón de los Dálmatas de Disney. Nada tan irreal
que una niña criada a lo Disney y libros de fantasmas, cantando con Dusty
Springfield. Encaja, tiene sentido. Supongo que lo tiene porque escucharlo hoy
por ahí de las dos de la tarde fue eso, revivir. Oficinista amargado promedio
en tenis Tommy. Y podría ver a mamá cantando, y podría verla como entonces,
regañándome con la mirada porque me robaba el disco otra vez. O a mi, doce
años, cantándole Stand by me a mi
padre. A pasitos por la habitación. A la cocina de esta casa pequeña. Vicios
del hijo único. Papá inventando alguna cosa. So Darling Darling stand, by me. Después Dusty Springfield explica
muy bien este afán de soledad a los
veinticuatro. Es que por esos días había un dramatismo teatral de sentimientos que
parecían atractivos en los adultos. You don’t
have to say you love me, just be close at hand. Voy a regalarle a quien
quiera mi estúpido razonamiento de adulto. Ahora llueve. You don’t have to stay forever I will understand. Y la vida no
tiene mucho sentido como a los doce.
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