Quería el
vértigo en el calor. Y el devaneo de estar así, otra vez, preguntándonos los
nombres. Como si aun no terminaran de lacerarnos con la euforia de vivir, y aun
así encontrarnos. Pero, casi es incierto. Te vi solamente un día para
comprender que este mundo, tiene cosas así de exactas. Que hay maneras de
fluctuar salvajes por una ciudad enardecida de placeres. Y que tú, casi no los
tocas, sólo te alimentas. Aterrizas en ocasiones para saber de mí, y de los
otros a momentos. Para saber de vanidades fortuitas. Para conocer aquellos
cuerpos como palacios. Quería que llegaras aquí. Desatar este hipnotismo. Nunca
fui otra cosa que un estoico. Tenías esa idea sobre mí, verás, yo nunca logré
comprenderla. Me da gusto ahora, decir, que hubo muchas cosas que tampoco
comprendiste. Mi salvajismo, y cuando te hablé del dolor que iba a causarte.
Dijiste: prefiero que seas tú. Pero
lo dijiste en cambio para marcharte. Mira,
no encuentro lógica en esos actos. Es como esa canción de Devotchka: and you said you loved me, I thought you
loved me. Y nadie te cree ese jueguito presuntuoso
jamás. Tengo esta nostalgia de ti como si de verdad te hubiese querido. Y no sé
quién me ha heredado esta nostalgia. Si te hablo de ella, te pronunciaría la
palabra s i l e n c i o. Y todo se oscurecería así, de repente.
Absorbiendo la felicidad del mundo como si nada. Quería hablarte de la gente
que me quiso. Todos convergen a la misma repetitiva y estúpida idea: tuvieron
que olvidarme. Me pregunto si acaso me quisiste de verdad, así, como lo
dijiste. Al píe de aquél piano. Y hacía dos horas que te hablé de Mr. Lawrance. Qué no podías creerlo, casi gritando. La
soledad nos había llevado hasta allí, un domingo redondo y tu nombre que iniciaba
con la letra “c” o con "a", como corazón y consuelo. También pude comerme tu voz.
Partir en la insatisfacción de decirte tantas mentiras. Voltear la cara para
besar tu emoción. Y que sonriéramos a las cuatro de la mañana porque la luz era
pequeña, tu estómago rugía tanto. No podía con el humo de la noche y la
incerteza del despertar. Nunca he sido más sabía o más dulce. Me hubiese
gustado hablarte de perfil y soplar en tu mejilla. Me hubiesen gustado tantas
cosas.
El
domingo a la tarde es muy cruel. Quería que recordaras aquella vez que te leí y
suspiraste como un niño. Ya no escucho esos suspiros por ningún lugar. Los
busco indefinidamente en las librerías, y en mis estantes. En las cocinas y en
los chinos. Casualmente en el té, bajo las cenizas y en Andrei Machado. Ahora tengo que fumar. Quería decírtelo, somos
incompatibles. Pero deseaba ese calor de ti. Me he olvidado hace mucho de
varias cosas; cómo resbala la saliva por la garganta si te ríes de tanta
felicidad, el olor a vainilla en un beso –el tuyo- y a morirme de ternura
debajo de las sabanas.
Pero ya lo ves, era yo como esa canción de
Devotchka. Bajo un cielo mexicano.