domingo, 24 de marzo de 2013

Agosto en C




Quería el vértigo en el calor. Y el devaneo de estar así, otra vez, preguntándonos los nombres. Como si aun no terminaran de lacerarnos con la euforia de vivir, y aun así encontrarnos. Pero, casi es incierto. Te vi solamente un día para comprender que este mundo, tiene cosas así de exactas. Que hay maneras de fluctuar salvajes por una ciudad enardecida de placeres. Y que tú, casi no los tocas, sólo te alimentas. Aterrizas en ocasiones para saber de mí, y de los otros a momentos. Para saber de vanidades fortuitas. Para conocer aquellos cuerpos como palacios. Quería que llegaras aquí. Desatar este hipnotismo. Nunca fui otra cosa que un estoico. Tenías esa idea sobre mí, verás, yo nunca logré comprenderla. Me da gusto ahora, decir, que hubo muchas cosas que tampoco comprendiste. Mi salvajismo, y cuando te hablé del dolor que iba a causarte. Dijiste: prefiero que seas tú. Pero lo dijiste en cambio para marcharte. Mira, no encuentro lógica en esos actos.  Es como esa canción de Devotchka: and you said you loved me, I thought you loved meY nadie te cree ese jueguito presuntuoso jamás. Tengo esta nostalgia de ti como si de verdad te hubiese querido. Y no sé quién me ha heredado esta nostalgia. Si te hablo de ella, te pronunciaría la palabra  s i l e n c i o. Y  todo se oscurecería así, de repente. Absorbiendo la felicidad del mundo como si nada. Quería hablarte de la gente que me quiso. Todos convergen a la misma repetitiva y estúpida idea: tuvieron que olvidarme. Me pregunto si acaso me quisiste de verdad, así, como lo dijiste. Al píe de aquél piano. Y hacía dos horas que te hablé de Mr. Lawrance.  Qué no podías creerlo, casi gritando. La soledad nos había llevado hasta allí, un domingo redondo y tu nombre que iniciaba con la letra “c” o con "a", como corazón y consuelo. También pude comerme tu voz. Partir en la insatisfacción de decirte tantas mentiras. Voltear la cara para besar tu emoción. Y que sonriéramos a las cuatro de la mañana porque la luz era pequeña, tu estómago rugía tanto. No podía con el humo de la noche y la incerteza del despertar. Nunca he sido más sabía o más dulce. Me hubiese gustado hablarte de perfil y soplar en tu mejilla. Me hubiesen gustado tantas cosas.

 El domingo a la tarde es muy cruel. Quería que recordaras aquella vez que te leí y suspiraste como un niño. Ya no escucho esos suspiros por ningún lugar. Los busco indefinidamente en las librerías, y en mis estantes. En las cocinas y en los chinos. Casualmente en el té, bajo las cenizas y en Andrei Machado. Ahora tengo que fumar. Quería decírtelo, somos incompatibles. Pero deseaba ese calor de ti. Me he olvidado hace mucho de varias cosas; cómo resbala la saliva por la garganta si te ríes de tanta felicidad, el olor a vainilla en un beso –el tuyo- y a morirme de ternura debajo de las sabanas.  

Pero ya lo ves, era yo como esa canción de Devotchka. Bajo un cielo mexicano.

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