Te fuiste un 10 de junio. Todo quedó así, colgando. Indefinido. Averiado. Roto. Igual desprendiendose de la madera de los escritorios, junto a mi libro de Marguerite Duras. Detrás del cuadro de La habitación de Arles. Abajo del calendario. Junto a un catalogo de productos industriales. O en esos recovecos de tu voz cuando hablamos. Puedo casi definir una textura tersa en ellos. Como un pensamiento inolvidable de ternura, que no reconozco, más que dentro del calor en medio de unas piernas. O tu risa. O tu silencio, ese, cuando ya no me podías decir nada. O tu respiración mientras ríes. ¿Qué piensas entonces? Quizá es que no te fuiste. Era mas bien, antes que todo, la idea de tu llegada. Una suposición sin terminar. Era eso, sí. Ya le he dicho a tu amigo que yo sé. Que todos saben, que ese febril encanto tuyo se esfumó. Era mi aburrimiento total, y tu voz. Lo que no entiendo son las incoherencias. Ya debí aprender que los chicos adoran estos juegos. A las niñas nos siguen dejando vacías. Es parecida la sensación de tener inflamados los ojos, y el día apenas se abre en el dolor o la extrañeza de ver el mundo una y otra vez con los mismos matices.
Es posible que ante esto sea demasiado romántica. Lenta. Sin peso. Es posible que todo me lo haya inventado. Qué sea mi culpa la distancia por no aferrarme a ti. Someterte cuando todos se marchaban. En las esquinas, al fondo, en el comedor. Esperar. Esperar tus ojos dentro del cristal. Diluirlos sobre mi cuerpo, y tu presencia que ya me desangraba todo. Aferrarme a ti nuevamente. Tendría que ser un canto desesperado. Este escrito quedó parpadeando por días: Te fuiste un 10 de junio||| . . .
Me parece poco el dolor ahora. Supongo que no es más que una tontísima desilusión de plástico. Qué te vayas así, pensar, fingir, que no puedo evitarlo. Como si ya hubiésemos vivido tantas cosas. Como si fuese necesario que voltearas y decidieras quedarte. Es que no es nada en absoluto. Un día entero, pero quedarte, ya incluso ahora no tiene sentido. Nunca lo tuvo. Era la idea de tu llegada como una puerta necesaria, para soportar el olvido dentro, la desgana o el aburrimiento de esta dinámica insulsa que es vivir diariamente, sin tener ganas de hacer, algo, cualquier cosa. Ya te encuentras en algún lugar sin nombre porque no alcanzamos a hablarle a los rincones de un abismo. Qué tonto. Qué tontos hemos sido. Encontraré los ecos tuyos brincando paredes por las tardes. A veces una sonrisa nada más. Por ti. Por la casualidad. Y por si vuelves.