Extraño todo aquello irrevocable que me recordaba que era tuya. Me pertenecías a mí, y ciertamente, extraño tu compañía, aunque no estabas aquí más que en momentos ardientes como el fuego azul. Extraño tu cara y el placer que me daba saberte cualquier día, a cualquier hora y en el país que fuese, libre, y que yo podía besarte sin prisas ni vergüenzas. Y podíamos decir lo poco que vale el tiempo si lo pasábamos así, enterrados tu pecho y el mío. En el mismo vagón y hacia el mismo lugar. Tengo un miedo esta noche; me duele el corazón (o el pecho) como si ya, por fin, se hubiese roto por completo. A la mitad. En pedacitos. Y con esto no quiero decir que soy muy sentimental o que me duele el hecho absoluto de habernos olvidado del calor, de las manos, de la fascinación que sentíamos por lo precioso del sentimiento si te decía "te quiero", "me gustas, "quiero hacerlo contigo". Es simplemente un hecho físico, químico y mental, una enfermedad que me ensordece. Mi madre quiere llevarme al hospital y me resisto. Es un mareo constante incomprensible. A lo mejor son las pocas calorías que he consumido estos días; dejar el alcohol por más de un mes, perderme entre la gente porque son muy simples y tengo que vivir con ellos. La habitación sin limpiar desde hace dos semanas al punto de la asfixia. Mi cabeza llena de pensamientos que se estrellan uno con otro hasta colapsar en puntos negros que se caen en mis ojos. No lo sé. Se me ocurría esto; escribirte por si la noche con su maldición de brujas no me deja hacerlo otra vez. Por si voy a ser esto, esto que gime, esto que muere, esto que no entiendo. Por si se rompe el hilo que me sostiene en píe o sentada o lúcida en medio del mundo. Quiero decirte la verdad, no me gustaba la tierra sobre la que giramos, ni las flores, ni los días en la playa. Detestaba la sensación quemante del aire entrando en los pulmones en verano, y los lentes de sol y las borlas de colores. Tengo terror de no susurrarlo nunca en tu boca; me gustó porque estaba contigo. Y ahora. Ahora que me muero. Que me revienta el cerebro y todo se nubla para avisarme que es de noche, otra vez, y existe esa probabilidad de no levantarse de la cama. Existe porque no puedo abrir los ojos, porque voy a dejarme estar así. Avísame si vienes por los restos. Podría decirte lo bueno del día: conversaciones llenas de cine y música, comida saludable supuestamente para alargar nuestra existencia. Y para qué. Hacer teorías -otra vez- del porque la industria cinematográfica del país se encuentra estancada en un bache circular; he pensado en la salvación que es ya hacer la historia de mi vida o de mi madre, que es más interesante, más moderna, más de cine. Wes Anderson y ese corto qué va con tu París amado, y el balcón, y las luces. Fotos de Estambúl donde no aparezco. Me dio pena que no hayamos viajado en un globo aerostático como ella lo hizo. No hemos visto Ankara de lejos o Necropolis bajo las ruinas. Ni jugado con la sal que es como la nieve en un tiempo. Restos congelados de mar se nos escapan. Corren de ti y de mí. Pienso decirte lo mucho que te quise antes de marcharme. Otra vez. Si lo olvidaste. Extraño no quererme morir todavía, ese miedo de infante donde no cerrabas los ojos porque un día de abril descubriste esos juegos, ese dulce, esa comida. Esa sonrisa de recreo. Y dijiste, me encanta estar aquí, no me quiero morir, no me quiero morir. Le lloraste a un dio´s que no viste. Porque fue tan maravilloso ese día. De abril o de diciembre. Daba igual. Extraño despreciar el fin de la humanidad exactamente porque te quise, me querías. Porque tenía sentido la hora de la oscuridad en nuestra cama. Quizá esta desesperación agónica y de mareo se termine pronto. Una canción o una película más. No sé qué suceda mañana. Por lo que quieras necesitaba decírtelo. No voy sintiendo más el cuerpo ni nada. Extraño todo aquello que me recordaba que era tuya. Y no podía morirme todavía porque se despertaba de este lado, y del otro, un día diferente con más canciones y prendedores rojos en el pelo. El cielo se abría nuevamente y tenía, indiscutiblemente, que adorarte. Hacerte el amor. Leerte mi último escrito. Y no podía, carajo, no podía morirme todavía. [...]

1 comentario:
Srta. Waltz, vengo a dejarle un beso, espero que no lo meta usted en ningún cajón.
Barbie Ibiza
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