
Luego vienes desesperada. Conmigo y sin mí. Y yo sin mi también, o alguna cosa enajenada de ser nadie. Después vengo odiándome, y con todo eso llega mi madre a odiarme aún más. Y nada es eso, qué es eso, sino nada. Acá, los días van mordiendo peldaños. Licor, cerveza, vodka, cigarro, la vida que arde. Luego te dicen que el mundo es así, que si tu cuerpo imperfecto y los dientes torcidos, o imposible quedarse en el polo sur una temporada. Alejada de ti y de todos. Nunca seremos vestigios del gran emperador, ni huellas, ni hastío. Seremos nunca y nada más. Pero luego yo vendré con la angustia fundiendo mis ojos, y las manos, cualquier situación que caliente una cama muy fría. Correré, correré por las orillas al final de la ciudad, de nuestra ciudad sin dueño. Miraré tus ojos, comeré tus ojos y lo que no existe. Y voy a cansarme de ser nadie, de ese nadie enfermo que es ser yo. Sobrevolaremos el bosque mortífero donde jamás danzamos, ni tragamos lluvia, ni nos masturbamos con las manos de la lluvia, o lamimos los pezones de las hojas. Es tan fácil darse cuenta que, tenemos nada. Cansado es, no contar las esquinas donde no nos vendimos a ciento ochenta pesos, por sentir nada más un poco, solamente un poco. Castigar al dolor con sangre. A carne cruda. Y eso es horrible, ofrecerme es horrible. Sentarme no es justo, o que me arañen las piernas con aires de que “aquí es de otro tipo de talón”. De talonear. Luego tú vienes desesperada sin saberlo, a tocar fuertemente mis puertas. Me dices desde allá cuánto detestas que sea yo, eso. Aquello infame que es ser yo, carcomiendo los instantes donde guardas silencio. Y yo lo sé, pero también me vuelvo silente. Como Chaplin y El chico. Hoy imprimí una foto de ambos. Sin ellos. Te digo que sin ellos en realidad, por que ya no existen. Pero las fotos siempre serán las fotos. Tener lo ausente. Nosotros entendemos las fotos, y las cámaras, los flashes, cualquier mísera realidad que pueda tenerse por un segundo, o dos, o tres, dependiendo la velocidad. A lo mejor tú no sabes de eso. Pero yo si. Yo sé por ejemplo de cuando vienes como desesperada, o estás desesperada y no vienes. Exhausta de odiarme hasta el tuétano. De callar, de los momentos incómodos o de los nervios. De lo tibio que se siente allá abajo si me piensas así, como soy yo, lo que sea ser yo; mirándote de una manera redonda y sin tregua cada uno de tus lugares vergonzosos. Viviendo desnuda, donde te enjuagas el vientre. Rindiéndote, conmigo, sin mí; cuando ya ha pasado todo el tiempo que hay que ocultar bajo una falda. Luego cruza el desdén, la calle , nos olvidamos. Olvidamos como es eso de sernos nadie. Decir ella es nadie y no sé donde vive. Ni donde duerme, ni con quién se está matando las ganas. Y la ciudad va, nos sobrevive. Las luces nunca son iguales cuando se regresa a casa, no sé si lo has notado, tú, que no eres nadie. Jamás y nunca, serán iguales. Pasa, que tenemos el descaro de sufrirnos y yo de trazarte soberbia, así, como desesperada. Y quitarme del camino.