“Cierto día me confesaste que rompiste tu celular cuando no te llamé. Ergo, siendo así este asunto, ahora procuro llamarte cuando es pertinente. Es decir, trato de no olvidar tu cumpleaños, o cuando has vuelto por fin, después de una semana tan pesada de trabajo en no sé que marginada localidad. Pero, fulano, debes de saberlo: no memorizo ningún onomástico hasta que han pasado diez largos años de olvidarlos consecutivamente. Al menos que esa fecha sea siete. O dieciséis. O catorce. O seas mi abuela Isabel. Pero no tienes que provocar sismos por que olvido felicitarle. Decirte: te quiero. Cantarte como tú lo haces. Puedo con tus reclamos, soy inmune. Pero luego retomas un aliento psicótico que no comprendo. Lo peor de todo es que intentas callarme mientras mi cigarro francés no es suficiente para hacerlo. Y sí, si bueno ya no debo contestar cartas o llamadas. Pero lo haré, y no voy a reducir mi opinión respecto a eso. Es como curarse los oídos después de una gran infección. Y no debe importarte. Son mis oídos. Tampoco debes decirme más qué no puedes. Y que te mueres por mí todos los días, de todas tus semanas, cuando no me tienes en la puerta esperándote. Y que rompes el teléfono o que me calle. No me importa. Porque igual, voy a seguir siendo aquello, lo único que quieres, deseas, pides y necesitas ese puto día ...cuándo cumples años.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario