Los
días pasarán, otra vez, imperceptiblemente. Estoy intentando olvidar ese placer
mío que obtuve desde tus ojos. O al ver
tus ojos a través del cristal. Esa posibilidad turbia de la noche. Ya sé que
él te ha preguntado por mí, y que no has negado nada. Es como si la presencia
del tacto siguiese vigente aun sin existir. Como si nos escucharan de a poco
esas risas que intentamos un día. Tal
vez es porque sabes que él también me quiere, y no podrías ofenderme en su cara.
Pero no lo sé. Si la frialdad tuya es relativa a la mía. Espero que sí. Que todo
lo hayas aprendido el lunes, de golpe. Que te hayas sentido tan mal al ir a la
cama. Casi triste. Desamparado. Estos juegos sentimentales son únicamente de
esta forma. Y yo pensando que había dejado atrás la crueldad hace años. Ahora todo
sería más fácil, más sencillo. Tenemos la edad suficiente para abrirnos a la
vida y los deseos. Caminar en soledad y sin preguntas. ¿Sabes cómo? Era un
calor mientras buscaba no sé que cosas frente a él. En el auto. Pero ya no
entendí muy bien esa mañana. Decían que sólo venías a despedirte. Ella lo dijo,
mi amiga. Dijiste en alto mi nombre mientras te daba la espalda. Como si no
quisiera voltear y decirte; ven, anda,
lamento lo de la cena. Tuve dolor de
pecho por dejarte allí. No me malentiendas. Siempre rompo las expectativas.
Soy un ciclo de derrotas continuas. Tengo
la tonta idea de que ya lo sabes. Que no necesito repetírtelo cuando vuelvas a
casa. No podía quedarme todavía. Me habita un pánico de niña por la libertad. Las
habitaciones de hotel. Algo que me recuerda que mi futuro no es lo que soñaba. Nadie
lo sabe. Pero me crece ese ardor o el salto del cuerpo cuando suena el teléfono.
En una de esas eres tú. Con ese acento adulador de centro del país. Luego me
nublo donde todo suena, menos aquí, a mi lado. Un ringing que lo hace todo eterno en un segundo.
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