lunes, 11 de febrero de 2008

Psicología de una costra




Esa herida tuya,

aún no se seca en mi piel,

y me habla a veces
y me dice,
que es diferente tu tejido
a mi trémula carne veterana.

Cada hombre es un recuerdo,
y todas las mujeres son heridas,

sonoras marcas en el cuello asfixiándome,

no somos, y no seremos escozor de los huesos
moribundos de nuestra ciudad empedernida

ni esa raya en tu pavimento
de entrepierna,
ni mis blancas horas añejándome.

Ese sangrado tuyo y mío,
tiene un palpitar desenfrenado

y se corta las sobras por egoísta,
por elocuente cobarde,

por hedonista de amores.

Todo fue un despilfarro de cosas
en mi ciudad de clavículas
muy eminentes,

acaso bajo la sombra borrada
de tus silabas,
¿se pasea un grillo
anunciando la muerte?

El deceso,
de todas estas
– mis cosas -
con olor a un rincón muy viejo



hará una costra morada,

que necesitará mil Pangeas
para después poner todo este
-mi mundo-

en orden.

1 comentario:

Stephen Gordon dijo...

No estoy segura de que sea este el poema que me dijiste, pero aun en esa incertidumbre hay una certeza, por ti sería capaz de lamer cada una de tus heridas infantiles. ¿Puedo, amada mia?