Amor, te he llorado de abandono,
te he llorado, de ti.
De angustia, de desprecio.
De todo, te he llorado.
Y el llanto se ha pegado a las paredes,
como un material viscoso
que no se acaba de ir de mí.
Tan humano, como el dolor de los hombres,
y a la par, su vivaz esperanza.
Ya sabía yo, me derrame en ti, tantas veces.
Siempre buscando orificios más hondos
donde viajar,
astillas en dónde colgar mi disfraz andante.
Hoy recorrí el mismo trayecto que me trae a casa,
y entre la hierba me punteabas los pasos.
Y como letritas disparejas y muy juntas,
me perseguías las mismas líneas, desde mis pies.
Después, llegue a casa y te he llorado.
Éramos juntas un destierro.
Miedo al sur, y a los largos océanos.
La mujer de blanca cabeza pregunta:
¿Nombre?, que cómo te llamas, dice.
Tú, deberías estar contenta, no te dejo,
te abandono y no te dejo.
Quisiera contártelo todo. Quisiera hablarte por siempre. Pero hoy, anoche, fue de esas noches acrobáticas, llenas de las otras yo. Y las otras tú. Hubo que irse a la cama con una cara más apática que triste. Ver el televisor bastante rato y no entender. He regresado a la gran casa de la abuela, hoy, más o menos temprano. Era preciso entonces borrar la mugre de mis pensamientos, de mis palabras también. Como querer a ti, borrarte. Hoy hace un día bastante agrietado. Fui a la tienda por un bolígrafo de tinta negra. Y aun no para de llover. Era como perseguida por las nubes, y a lo lejos la verde oscuridad de siempre. Tan de aquí. Profunda, densa…sucia, por lo tanto. Quise dormir en la hamaca. Recomponerme. Sedarme. Pero se hacía presente un vértigo desde los pies. Algo así como la conocida Náusea ya sabrás de quien. A momentos, cuando estoy sola, incluso para la desolación, me digo: estoy triste. Más bien; estoy triste de ti. Y me susurro: Borrón. Bolígrafo nuevo. Persona nueva, yo. Y como intentando mi inútil vida, he tratado de ser en tiempo presente. Vivir. Luego, por las noches (como anoche), los días, los vicios. Los inevitables ayeres. Me convertía en esa mujer fuera de tiempo. Una pasión irascible hacía el pasado. Y la temprana nostalgia hacia el futuro. Aun, claro, desconocido. Pero ya, lleno de convicciones que martillan las sienes. Yo quisiera contártelo todo, hablarte por siempre. Anoto: Cuando vuelva a casa, voy a leértelo todo, muy al estilo de mi silencio.
Te me estás cayendo desde muy alto/ precipicio.
Yo te dejo caer.
Intentamos numerosas veces
rendir como ofrenda el coñac/ los vicios.
Todo muy a medida de las situaciones.
Absolutamente añejados.
Y yo sé que muy a pesar de los “sí”,
siempre ha sido un “no” y muy grande.
Yo comprendo como son las cosas.
Qué sin decir: te vengo. Te vienen.
Y empiezo yo a mostrar los daños,
muy por encima, sigo entonando canciones
frente a largas pantallas blancas y una luna tres cuartos.
A ti, no obstante, te ha vencido ese hueso tuyo,
en forma de raíz. Y aunque no quiera, te has hundido.
Ha mudado tu voz, de boca y de garganta.
Como un largo poema, ya sin nombre.
Yo te dejo caer, como soltándote.
Me lo has pedido tantas veces.
He de ser, lo que soy,
y a modo de tortura te arrastro,
y me dices, te levantas: Hálame.
Hálame. Yo te llevo hasta abajo,
y te abro un paréntesis,
para que vivas allí,
por el resto de mi vida.