miércoles, 15 de octubre de 2008

Crónicas y poema del abuelo



Fotos: Abuelo y lluvia en charcos/ La minúscula silla sobre el desnivel
Ofelia Waltz
Mediodía, viernes.
Apenas medio día. Cuando estoy en la casa de la abuela Isabel, todos los días que estoy; al mediodía, arrastro la mecedora de colores hasta el patio. Y la silla azul para poner el cuaderno y los libros. Sopla suave un aire del norte. Pequeños residuos de lluvia. La batería de este aparato sonoro está por terminarse. Y pareciera, para destruirme lento a mi misma, como un acto deliberado y enfermo, he tomado el martillo oxidado del cuarto de herramientas y machaque a golpes el cargador. Ya, mañana querré revivirlo entre su halito de muerte. Ahora, mediodía y espero. Espero algo o alguien, que me lleve a otro sitio. No es que aquí me moleste, que no disfrute del silencio de este lugar, dulcemente, de la vida, apartado. No es eso. Sólo que allá otras cosas, otros primos, y otros besos en blandas mejillas. Un cargador. Oficina de correos. Algo. Ayer pasé una de las tardes más bellas de mi vida. Imagina a los tres (abuela, abuelo y yo), imagina la lluvia de la tarde. La verde oscuridad. Plantéate a los tres, ocupados en cosas personales. Mi abuela leyendo una revista corriente, y a momentos observándome. Al trabajador abuelo mío, sin camisa, trabajando bajo el torrente del mar. Y mi voz “abuelo entra, ya no te mojes, entra que salgo yo”. Imagíname tan joven y tan vieja. Con un frasquito de vidrio lleno de jabón y el artefacto para hacer burbujas, despolvándolo, y sirve aún. Aunque mis veinte años. Bien papá decía: acero inoxidable, Jazmín. Ahora puedes imaginar la lluvia y las burbujas. Mis gritos: abuela, ¡es una grande! Y la verde oscuridad. Los abuelos. Una cornisa y la puerta. El desnivel. Era todo tan perfecto. Paul Cantelon de fondo. Y tan perfecto que ese Dios tuvo que tomarnos una foto (relampagueo).

Domingo por la noche
Una semana en este pueblo. Los sucesos han evolucionado de distintas formas. Hubo días serenos, hubo días donde se adaptaba mi ser a las tardes, y a este clima cambiante. Tropical. El calor inmenso, luego, al otro día llueve y en las madrugadas frío. De pronto recuerdo que es otoño y deseo mucho el invierno ya. Deseo tantas Cosas súbitamente. Pero, en resumen todo ha estado bastante bien. Aquí no hay días donde no quieres despertar o de cuando no quieres que pasen las horas. Observas a las señoras humildes y sus sonrisas. Todo tan callado. Y sigue sin importarte mucho cualquier cosa. Pero en cambio, camino una ida y una vuelta casi diario. Duermo temprano. A veces recopilo información de una u otra carta, o de una boca familiar. A veces sólo los ojos. Ayer por ejemplo, no tuve comida saludable, fue ir. Estar como si se estuviera en una fiesta de mujeres quienes dicen ser familia. Fue estar, voltear. Ser muy simple. Y tener la certeza de que a pesar del amor inocuo de los tíos, los abuelos, quizá los primos. Nadie te espera. Nadie te busca. Y si te buscan es simplemente inútil. Estoy de todo, abandonada. Después está la seguridad de que no hay ese elemento monetario. No hay. Y bueno, no hace mucha falta. La idea sería no tener que ir o venir. A distintas casas. No tener qué comer. O qué querer. O saciar ciertos gustos. Hay que venir saludar al menos. Por que cuando estoy aquí, como los sitios de fiesta; es “estar”. Sí, mucho reír. Pero mucha gente y sonrisas forzadas. Y querer que el teléfono suene o una mísera carta instantánea. Algo. Estar en la casa apocalíptica consiste en “estar” en ningún lugar. Y eso por lo tanto implica no saber de mí. Sin saber de nadie. Ni tener una puta idea de cómo o qué escribir. Dormir. Ver las veladoras encendidas. Los santitos en altares. Cuidarse de los insectos. El otro día fui a una fiesta de universitarios y me di cuenta de lo antipática que soy. O al menos de lo antipática que parezco. Y me digo como alguna vez: esa no soy yo. No soy yo tampoco al gritar mucho o la de “me pasas el tequila”. No, ninguna de esas yo. Sin embargo, mi cuerpo allí estaba. Miraba, tratando de apropiarse cada uno de los rostros. Pero en la cabeza era mucho: qué joda las zapatillas. Y “qué aniñados estos chicos”. Esa era yo. La de las torres, la del cabello bonito, pero nada más eso bonito. Y muy lejos para todos, muy nada. Esa era yo, sin duda. Y eso fue el otro día. Entonces las llamadas, y hay que volver a casa bastante cansada de andar. Darse cuenta que lo otro fue lo otro. Qué has terminado y otros comienzan. Qué luego tú estás en éxodo necesario. Todo está bien. Mañana espero ir a la oficina postal por la cosa esa que llaman dinero, más importante aún, para poder enviar la única carta. De cualquier modo quiero estar más tiempo en ese sitio verde y café. Allí sólo implica no saber de mí. Sin saber de nadie. Ni tener una puta idea de cómo o qué escribir.

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El abuelo, algo espera. 

Esa cuestión de la espera,
pareciera es hereditario.
 El abuelo. Domingo por la tarde,
ha estado al pie de la colina y aguardaba.
A veces grita como avisando.
Y la abuela y yo pensamos
que alguien se acerca. Pero no.
Se está ahí, taciturno y hermoso.
Se está ahí, sin camisa.
Meciéndose en la silla de colores,
y espera. Algo espera.
Y como que se pone triste y lluvioso.
Lo observo desde el baño. Grita de nuevo.
Otra vez es el buen nadie
caminando sus pasos viajeros.
Me digo entonces,
que uno no puede ser superior a su familia.
No esa cosa absurda de ser grande.
Ni las mansiones, o los muchos autos.
No, no eso. Ser, sencillamente
un dulce hombre moreno que espera
a la orilla de una colina sobre la silla de colores.
Ser lluvioso y taciturno.
Esperar el momento preciso.
Cuando los ojos, se asombren,
se sacudan, rían, se revuelquen
tal un perro ahíto de felicidad.
Al ver lo que siempre se espera.
 Y yo, bueno, no sé.
 Tampoco trascendería por algo más,
hacer más poética cosa que esa,
de esperar, como si fuese hereditario.

6 comentarios:

DEARmente dijo...

... uno no puede ser superior a su familia.

Bien dicho!

-Anna- dijo...

En tu crónica decís que esperás a alguien que te lleve a otro lado. No sé si te sirva, pero inmediatamente me acordé de aquella madrugada que jugábamos con las hojas de otoño...ahí estabamos, todavía sonriendo y las carcajadas como un hilo paseaban entre la tierra.

Y tengo que decir gracias, porque hoy por primera vez en mucho tiempo pude espiar en esa caja de zapatos en la que guardo mis recuerdos, y mi abuelo todavía me espera...y siento esta angustia y tengo este llanto...

Beso enorme mujer, adoro tus momentos.

Prosa, lluvia y Cafe dijo...

Verde oscuridad,
Te contare que Waltz me a echo reir y llorar. Aquí no hay días donde no quieres despertar - quisiera conocer un lugar asi.
..... me di cuenta de lo antipática que soy. O al menos de lo antipática que parezco. - xD...

Ps: Si no te puedo besar un dia oh verde oscuridad, hare que un pincel y unos colores paran a tu gemela en distancia de siglos, no, no sera igual, pero sera.

Esther dijo...

Cuanta nostalgia e sentido al leerte, lindo, sentido, lleno de ti... Un calido abrazo para ti mujer

Venuza dijo...

tengo una carta para miss waltz.. solo espera una direccion y una estampilla para que salga... le avisas? que no me olvide...
Se la ama.

Anónimo dijo...

Uno no puede ser superior a su familia. O inferior.

No hay herederos del estándar. Porque no hay estándar.

La grandeza se mide de la cabeza a las estrellas.