miércoles, 29 de febrero de 2012

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A lo mejor aquí nos separamos. Las mañanas nos hablan secretamente de lo detestable del destino. De lo deprimente de las melodías que nadie como nosotros logra comprender. El amor al mar en invierno, y el olor a invierno que poco a poco se va disipando al amanecer. No sé si me entiendas, el invierno se va como si fuese el último. No estamos acompañando al vagabundo, ni mis zapatos duelen al atardecer. Nunca fui tan salvaje y ruin como en aquellos días; me concentro en repetirlo como se pasa de vez en vez por las mismas calles de la ciudad, se ve el mismo rayón de una barda de barrio pobre, como el mío. Ya no me cuentas de las bancas y los sueños azules. Aunque, últimamente todo me es azul. El intermezzo interpretado por la Filarmónica Nacional de Budapest, mi prima hablando de sociología, alguien que contesta mal al teléfono, un coqueteo con acento provinciano.  Casi me pongo triste de no pensarnos allí. A lo mejor es que ya no estamos más, y nadie me lo ha dicho. Acaso tú tampoco lo sabes. Pero ya no lloras. Yo tampoco lo hago. Esas cosas se hacen solamente una vez, y te desprendes de ti mismo. Dejas guardadas muchas ropas y objetos y discos de vinilo. Yo he notado algo; en cada muerte, en cada separación nuestra, me vuelvo más silenciosa. Es como si tuviese una deuda fija con el vacío. Y con el silencio. Me hago más pequeña. Si bien sonrío a la gente, callada, ingenua. El ruido viene como si fuese niebla. Se aparca cubriéndolo todo, y luego nada. Para las diez de la mañana ya todos la habremos olvidado y estaremos con las tazas de café y panecillos. Tal vez, nuestros ojos es lo único que nos sobrevive. A pesar de estar allí, juntos, separados, felices de esquina a esquina. Entre el barullo de oficinas y papeles. Pon atención a las hojas blancas, te provocan divagar en lo puro, en la nada, en la vacuidad del pensamiento. A veces habitamos esas cosas. Me gusta pensar que es así. Que yo tengo las manos abiertas a tus palabras, como a las heridas, la hoja de metal y sus filos.  Todo en desorden. Que tú tienes más bolígrafos y maquillaje, letras y justificaciones para hablar de mí. ¿Todavía hablas de mí como si fuese también el arte? Hay historias que ya no me imagino. La libertad. A lo mejor nos separamos aquí para que duela del todo. La manera de ser en soledad sigue siendo la misma. Apartándose en extremos opuestos, el mundo exterior y sus paisajes de acero. A lo mejor aquí, aquí también. [...]

lunes, 27 de febrero de 2012

Preludio a la visita de una abuela.

La relación entre mi abuela y Joe Hisaishi es nula. Ella no lo conoce. Pero existe en mis sueños de ficción. El vivir dormida. Y sin saberlo, sin presentirlo, cada que estoy en su casa lo escuchamos una y otra vez. Y ella allí, sin entender mi sonrisa. Y mis bailes, nunca los bailes han sido completos. Es, realmente, la unión entre los objetos de la casa, y los colores. Es como hacer el sueño y los devaneos previenen la no gravedad en nuestros actos. Y me río como nunca. Me muerdo la boca a veces. Mi padre solamente me ve así cuando son vacaciones largas, y comemos tres veces al día como mucha gente normal. Nos habita un poco de felicidad y dulzura. Eso es Isabel. También Hisaishi. Me tomo estos minutos para hablar de ambos y juego con mis perros. Alguien dirá que esta mujer solía escribir mientras hacía esas cosas, y luego, así como si nada, se echaba a llorar.




jueves, 23 de febrero de 2012

24 X 7

 



Por   M;
Feliz 24, mi amor

No idolatro tu ausencia porque no te has marchado. No te has marchado nunca. Todavía pensamos en el verbo quedar. Quedarse. Aun mantenemos libres la expectativa del beso, y del adiós. Por supuesto. Este adiós nos mataría a ambas, ya te lo digo. No hay regreso para este cesar del fuego. Y las armas sangrientas. No puedo renunciar a mi tregua fija con el exterior. Y tú, tan el interior, y la vida, y el agua, y la tierra y sus raíces. No puedes solamente irte volteando el cuerpo hacia la nada. Que es a su vez el infinito. No puedes irte de mí cuando hemos probado el crepitar de una luz introduciéndose tibiamente en el pecho. Cuando cantamos a viva voz nuestra emoción a las paredes. Y alzamos los ojos en un ejercicio de observar el viento. Atraparnos allí. Encapsular en la boca dos versos:
 El     tuyo    tan     mío,   el      mío     tan      tuyo.    Totalmente     incongruentes.
Quiero que despiertes. Que me veas. Que presientas mis pasos en la cocina, hacia el baño, hacia la luz. Cerca de tus pies. Besar su antártica geografía. Fundar mi tierra debajo de ellos. Ser tuya hasta en el fondo de las cosas. No puedes solo olvidar mi salvaje insistencia. Porque sólo quiero que tú lo sepas; esta mujer ha sido rota y levantada de cristales y cenizas. Las manos me fueron devueltas cuando tú me encontraste. Las tengo ahora para conocer contigo los frutos, las ondas de los muros del este, las protuberancias de las hojas. Las tengo para ir a ti cuando mis pies quiebren este abismo donde nada puede encontrarse. Más que este crujir de ecos; esta importancia de la vacuidad escondida bajo pretextos intelectuales. Mira, debes prometerme algo, debes venir a mí aun cuando yo ya no asista a nuestro encuentro. Aun cuando parezca sorda, muda, sin ojos que adoras tanto; es posible que me halles hiriéndome ya con tu recuerdo. Descostrando tejidos humanos, es posible. Por eso mírame ahora; me apropio de tu risa y tus ideas. Te he construido una casa y un río.  Y allí, aunque estés ausente, aun cuando tú lo decidas; diré: vine. Conservaré la emancipación de mi cuerpo para la vehemente esclavitud que me provoca tu nombre. [...]

Foto: aquí

martes, 21 de febrero de 2012

Sooner or later




Pronto me dirás, que la vida no ha sido más que esta repetición de sensaciones que no supimos valorar, aun cuando éramos tan jóvenes. Aun cuando fuimos niñas y no nos conocimos. Todo nos llenaba los ojos de lluvia, la boca, y las palabras. Sentir no fue suficiente. Una habitación blanca y grandes ventanales, ver como se desvanecía el día entre las horas, los espejos, las curvas del rostro. No observamos ya nada. Pronto dirás, que nada, que esa palabra nos llama hasta nombrarnos otra vez. Y no hay más viajes o latitudes que repitan nuestros ecos.  Esa era la vida y los sonidos. Los rayos solares nos laceraban la piel por la mañana, una música azul que nos prometía dulces, y tardes frescas mientras hablábamos. Esto nunca lo vimos realmente. De nuevo el sol y la sombra hacían pinturas en el suelo. Nunca he sabido como retratarlas. A veces intento describirlas pero disto de esa perfección en mi humanidad; e intento fotografiarlas. Luego hago recordarlas para hacerlo más vívido y así poder pronunciarlas. Pero todo se queda atrás, en un sitio a donde no podemos acudir, hasta no estar de nuevo allí como la gente en verano. Como la última vez de la felicidad entre ríos. Pero, consuélate, existimos para regresar a todos esos lugares. A ciertas horas, en determinadas situaciones. Pronto me dirás que ya no evocas esos pensamientos. Que los tuve muchas, más veces yo que tú. Que era más mi imaginación romántica de imaginarnos ahí, como si hubiésemos existido en serio. Pero es que a veces éramos reales;  como lo fue el hambre, el sueño, la torpeza de mis manos y algunas locuras. Las emociones en el cine, los recitales, los rostros de gente que decía conocer pero que no era cierto. Tu perfume danzando en el mareo. Como las velas en las noches. Podríamos resumirlo así, no sé de dónde viene todo este asunto. La vida era simple, había frío en las rodillas y leche en el refrigerador. Habría que, si  por error nos gana la tristeza, reconfortarnos con el misterio de la vida. La fascinación por las mujeres y la música.  Que escribo para entender mi permanencia aquí, en una sociedad que de a poco, te juro…me aburre. Por si lo piensas algún día, dímelo. Ya he escrito todo sobre tú y yo esta vez, y creo, la gente nos conoce. Y nos siguen adorando.

lunes, 20 de febrero de 2012

lunes, 13 de febrero de 2012

Ici

A Martina, porque sí.



A veces pienso en estar aquí. En la palabra equilibrio, el oficio del trapecista germinando círculos de aire que dan vida a un-olvido-eminente. Pienso en las rutinas del hedonista. En un aleteo firme y leve de azúcar, como gozar la risa de un niño. Me viene la insensatez de los amantes. El instante de agua, tan tus manos. También tus manos. A veces pienso en dejarme caer. Aquí. En desarmar un poema, en volver a mí como si hace mucho ya me hubiese ido. Querer hacerlo todo. A veces en el hambre. En el mareo. Y otra vez el equilibrio. Y las fibras del sol cuando se hacen palpables. Y tenemos un calor diluyéndose entre los dedos, como el amor en domingo. Hacer el amor, repetirlo. A veces no hay nada. Es como si surgieran las mismas palabras de un borde, resbalando. Cayendo. Aquí. Decir “estoy aquí”. En el danzar de una ola de humo. Flotamos allí. También aquí. Y decimos que echamos de menos las vivencias que todavía no probamos. En ella cuantificamos poros y huellas dactilares. Se le encuentra textura a mi tristeza y la desdibujas bajo un árbol de trueno. Me quedo allí, suspendida en las elipses de tu imaginación. Como en un invierno que no acaba. Y se mastica en el pasar de las horas. Frecuentemente es esto; existir en algún sitio, callar, hundirme en las pupilas tuyas, sin retorno, y no llamar. No llamarte para después justificar el silencio con palabras especificas como “lloré en la elevación”, lloré de llanto imaginario. Pienso en estar aquí, y me quedo quieta, casi sin moverme, casi sin parpadear ni en el temblor de esperarte. Me estuve así. Ensayando el devaneo que te acompaña. Bailar. Extender los brazos. No soltarte. Y era como el aroma de las flores amarillas, como la luz en el sur rompiendo las ventanas. Tu belleza casi violenta y mi sueño. En él, estoy sola, sentada, con vestidito blanco con azul. Mi cabello está largo como en las fotografías y vienes; y no sé qué hacer. No sé que hacer con la palabra equilibrio balanceándose en mi boca a punta de sonrisas porque estás aquí. Aquí.